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Mons. Antúnez: “Que el Señor nos conceda el ser sus testigos, con la fuerza contagiante y la paz que emergen del resucitado”

En su primer saludo de Pascua, como Obispo de la Diócesis de San Jos de Mayo, Mons. Fabián Antúnez dirige una reflexión sobre el sentido de la Resurrección, a todos los fieles de San José y de Flores.

En una primera parte del saludo, el Obispo reflexiona sobre la muerte “No cabe duda que, de todos los problemas que el hombre se enfrenta, la muerte es el más grave de todos. Luchamos contra ella”, expresa. “La muerte es aún más dolorosa por lo que interrumpe, que por lo que es ella en sí misma” e invita a pensar en algunas preguntas: “¿De qué sirve un gran amor que ha de durar sólo unos pocos años? ¿Qué hay tras esa puerta? ¿Hay verdaderamente algo? Cuando yo muera, ¿seguiré existiendo de algún modo? Las personas que amé ¿Siguen existiendo de alguna manera? ¿Siguen recordándome como yo las recuerdo, me aman como yo las amo?, se pregunta y añade que fueron muy similares las preguntas de los discípulos de Jesús en la espera del sábado, luego de su muerte.

“El dolor y la realidad de la pasión adquirieron carácter tan nítido en sus vidas que resultaba difícil el atesorar alguna esperanza distinta. Son aquellos momentos en que experimentamos la noche oscura en nuestra vida y todo parece ensombrecerse.”

“Los días pascuales serán una lucha entre la terquedad de Dios (de mostrar que el final del camino es el gozo) y la resistencia de los hombres a abandonar sus tristezas”, manifiesta Mons. Antúnez.

Citando al cardenal Carlo María Martini, el obispo dice que Jesús tuvo una pedagogía particular de acuerdo con la circunstancia y el modo de ser de cada uno y va nombrando a cada uno de los personajes de la pasión.

“Existen tantas realidades de muerte en nuestro mundo, tanto dolor e injusticia que con frecuencia se nos hace difícil recuperar la esperanza y sostener la alegría interior”, comenta el Obispo, a la luz de los relatos de la muerte y resurrección de Jesús.

Finalmente, el Obispo de la Diócesis San José de Mayo, pide “la gracia de la consolación para cada uno de nosotros, don que se constituye en imprescindible para el anuncio y la dimensión misionera de nuestra vocación. Que el Señor nos conceda el ser sus testigos, mostrando a todos la alegría del evangelio, la fuerza contagiante y la paz que emergen del resucitado”, concluye junto al deseo de una Feliz Pascua de Resurrección.


SALUDO DE PASCUA

San José de Mayo, sábado 16 de abril de 2022

Queridos Amigos de San José y Flores:

No cabe duda que, de todos los problemas que el hombre se enfrenta, la muerte es el más grave de todos. Luchamos contra ella, se ha logrado elevar el promedio de vida de los hombres, la medicina trata de encontrar los paliativos a las enfermedades, pero ella está ahí. La muerte es aún más dolorosa por lo que interrumpe, que por lo que es ella en sí misma.

Nos brotan del corazón preguntas inquietantes: ¿De qué sirve un gran amor que ha de durar sólo unos pocos años? ¿Qué hay tras esa puerta? ¿Hay verdaderamente algo? Cuando yo muera, ¿seguiré existiendo de algún modo? Las personas que amé ¿Siguen existiendo de alguna manera? ¿Siguen recordándome como yo las recuerdo, me aman como yo las amo?

Y quizás dentro de nuestro corazón conviven certezas y dudas interiores (deseamos la vida eterna, pero en realidad sólo aspiramos a continuar la vida actual). Algo similar a estas preguntas, experimentaron los amigos de Jesús en el sábado de espera. Habían entregado al maestro la totalidad de sus vidas y ahora yacía muerto. El dolor y la realidad de la pasión adquirieron carácter tan nítido en sus vidas que resultaba difícil el atesorar alguna esperanza distinta. Son aquellos momentos en que experimentamos la noche oscura en nuestra vida y todo parece ensombrecerse.

Por esto, los días pascuales serán una lucha entre la terquedad de Dios (de mostrar que el final del camino es el gozo) y la resistencia de los hombres a abandonar sus tristezas. Dice León Bloy que la única manera de abandonar las tristezas es dejar de amarlas y la constante del Señor resucitado será una invitación a “no temer” y la paz, unido a la alegría.  

El Cardenal Martini dice que Jesús tuvo una pedagogía particular de acuerdo con la circunstancia y el modo de ser de cada uno. Por ejemplo, a Magdalena, la afectiva, nombrándola con ternura; a Juan, el intuitivo, por medio de la piedra corrida y la sobreabundancia de la pesca; a Pedro en su lentitud le dejó los lienzos y el sudario doblado, lo hizo participar de la pesca milagrosa y le envió a Juan para que le dijera en la pesca “Pedro, es el Señor” y Jesús le preparó aquél delicado desayuno y después lo llamó aparte para conversar, tenía que hacer que aquél hombre herido por la triple negación de su traición se curase con un triple sí, “Señor tú lo sabes todo, tú sabes que te amo”.

Si contemplamos a los discípulos encerrados, se les manifiesta vulnerando sus miedos y pacificándolos. Con los discípulos de Emaús va a tener que caminar unos cuántos kilómetros para ir encendiéndoles el corazón y finalmente lo puedan reconocer al partir el pan. Con Tomás, el escéptico, tiene que redoblar los gestos, y cuando aquél vuelve a la comunidad, lo llama y le concede su capricho: “Toca, mete la mano en mi costado”.

¿Cuál es el signo que yo necesito para creer? ¿Por dónde se me filtra en mi vida la desesperanza y el escepticismo? ¿Qué detalle necesito pedirle al Señor para crecer en la alegría y la paz?

En el Evangelio de este Domingo se nos presenta el lugar de sepultura vacío y los signos de las vendas en el suelo. Se nos invita a entrar junto a Pedro y Juan pidiendo la gracia de contemplar con ojos nuevos aquellas realidades de muerte en nuestra vida. Existen tantas realidades de muerte en nuestro mundo, tanto dolor e injusticia que con frecuencia se nos hace difícil recuperar la esperanza y sostener la alegría interior.

El evangelista nos detalla pequeños signos: el sepulcro abierto, la piedra corrida, las vendas, el sudario. Pequeñas realidades frente a tanta crudeza del dolor y de la muerte. Las palabras de María Magdalena siguen una línea racional lógica: “se han llevado del sepulcro al Señor, tenemos que buscarlo”. Pequeños signos que parecen una insignificancia frente a la crudeza y realidad del dolor, pequeños signos de esperanza surgente al que el corazón le cuesta aceptar, pequeñas realidades que como el grano de trigo comienzan a darse, pero nos cuesta reconocer allí las visitas de Dios.  

Pronzato hace hablar a un hombre no cristiano reclamándole a quién dice ser cristiano, lo que le es más propio y que más necesita de él para poder creer, que es la alegría. El no cristiano dice: “Tengo necesidad de tu alegría hermano, el servicio más grande que espero de vos es la alegría. La alegría de los superficiales, de los oportunistas, de los mediocres, de los ricos, de los condenados a placeres forzados, de los esclavos de la apariencia, de los vanidosos ya la conozco, ya sé lo que es. Yo tengo necesidad de la alegría de una persona que se ha jugado su vida por el Señor, me interesa, tengo que descubrirla y necesito conocerla, mirarla a la cara, aprenderla. No la escondas por favor, no la enmascares. Cometerías un robo, nos privarías de algo a lo que tenemos derecho. Muéstrame a Dios con tu alegría, no me interesa saber lo que es Dios en sí mismo, cualquier libro me puede dar esas nociones yo tengo ganas de saber lo que es Dios en vos, qué provoca en vos, como te transforma. Me urge descubrir lo que sucede cuando Dios llena completamente una vida. Pido a tu alegría, los signos de la presencia de Dios en tu existencia. No dudo de tu muerte en Cristo, pero me hacen falta las señales de tu vida en Él”.

Pido la gracia de la consolación para cada uno de nosotros, don que se constituye en imprescindible para el anuncio y la dimensión misionera de nuestra vocación. Que el Señor nos conceda el ser sus testigos, mostrando a todos la alegría del evangelio, la fuerza contagiante y la paz que emergen del resucitado.

+Fabián Antúnez Percíncula SJ
Obispo de San José de Mayo
URUGUAY

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