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Mons. Antúnez: “¿Somos, antes que pastores, ovejas dóciles a la voz del Señor, para reconocer en cada uno de nosotros también caminos de crecimiento?”

Compartimos la reflexión de Mons. Fabián Antúnez SJ, obispo de la Diócesis de San José de Mayo, compartida en el programa “Momento de reflexión” (Radio 41 AM 1360) y en Radio María Uruguay, junto a los “Mensajes dominicales” de los Obispos del Uruguay, de este Domingo 21 de abril de 2024 (IV Domingo de Pascua)

Un saludo para toda la audiencia. El evangelio de este Domingo, el IV Domingo de Pascua, nos presenta la imagen del Buen Pastor, aquel pastor que sale a nuestro encuentro. La primera invitación es a escuchar la voz del pastor. Es una voz que es suave, es una voz delicada. En palabras de San Ignacio de Loyola, como una gota de agua en la esponja, entra con dulzura y se esparce en nuestro interior. La podemos escuchar solamente si hacemos silencio en el corazón. Hay tantas voces que nos hablan, que nos seducen, que nos distraen. Voces que nos dicen que no valemos, que no somos dignos. Voces que hagan nuestra búsqueda interior. También nos inquietan las voces de la vanidad, el triunfo fácil del consumismo.

El primer desafío, por tanto, será el de silenciar otras voces para escuchar aquella que nos dice Tú eres mi hijo muy amado. Sumergidos en esta realidad cultural, no resulta sencillo mantener el corazón pacificado en medio de la agitación y la mirada limpia para reconocer la presencia de Dios que trabaja en medio nuestro. Jesús muchas veces percibe este cansancio y nos invita a descansar en Él, en su corazón. Podemos preguntarnos ¿Cómo estamos viviendo la vida? ¿Qué voces nos vienen hablando en nuestro interior? ¿A quiénes escuchamos? ¿Qué palabras, que discurso? ¿Qué narraciones pronunciamos? Se nos contrapone en el Evangelio la imagen del Buen Pastor con aquellos asalariados que confunden el rebaño, que engañan al mismo, que manipula la relación de pastoreo para la obtención de beneficios personales. La distinción entre pastor y asalariado: el asalariado es aquel que no le importa la persona confiada, sino que su corazón se ha ido acostumbrando a la obtención de beneficios personales. Así, tendremos que detectar muchas veces desde el discernimiento en nuestro corazón, dinámicas personales de posesión de las personas que se nos confían, mecanismos defensivos de la compasión, individualismos que nos cierran en el yo, frialdades que nos impiden caminar en la lógica del compromiso. Zonas en cada uno de nosotros aún no maduradas, que nos roban la unidad interior en el propio corazón.

El desafío, por tanto, será el de visualizar cada uno de nosotros y en nuestro pastoreo como educadores, como sacerdotes, como líderes de grupo, como catequistas, como padre o madre de familia. Cómo vamos ejercitando y viviendo este arte de custodiar el corazón de las personas que se nos ha confiado.

También los invito a que cada uno nos podamos preguntar cómo estamos viviendo el ser ovejas, es decir, el dejarnos también cada uno de nosotros apacentar el corazón por el Señor, por el Buen Pastor. ¿Qué áreas de nuestra vida necesitan ser integradas? ¿Qué nos está faltando? Escucha al otro. Escucha a Dios. Pasión por la solidaridad. Intimidad y cercanía para que Dios trabaje en nuestra vida. Se nos invita también a detectar áreas de nuestra vida en que no reflejamos al Buen Pastor. El Buen Pastor conoce a las ovejas confiadas. Se sostiene frente a la adversidad, sabe estar presente en medio de las crisis, Camina al ritmo del pueblo de Dios, lidera al rebaño, suscita la creatividad, abre nuevos emprendimientos.

Somos invitados todos a dejarnos unificar el corazón por el Señor. Sabemos que esto supone de nuestra parte docilidad para dejarnos conducir. Humildad para vivir cada uno del ministerio que nos toca desde una actitud de servicio. Conocer a las ovejas supone tiempo compartido, supone manejo de los límites y zonas fuertes del otro. El liderazgo de cada uno en el pastoreo supondrá el arte de conducir el rebaño. En algunas ocasiones tendremos que caminar delante del pueblo de Dios en otros momentos en el medio, y quizás muchas veces también deberemos caminar al ritmo de los más lentos. De sus límites, de sus heridas, de sus fracasos. El dar la vida para cada uno de nosotros supondrá el soportar con paciencia los procesos de las personas que se nos confían. Atender con mansedumbre las debilidades, las heridas del otro y a la vez confrontar con cariño procesos de crecimiento y de maduración. Esta capacidad de atender a cada persona no supondrá el perder el tiempo en la escucha, en los sueños del otro, en sus deseos, en sus límites. ¿Cómo está nuestro pastoreo? Los consejos que emitimos son conforme a las características personales de aquellos que se nos han sido confiados. Nos implicamos con el otro en caminos de crecimiento. ¿Somos, antes que pastores, ovejas dóciles a la voz del Señor, para reconocer cada uno de nosotros también caminos de crecimiento? Te invito a transitar este arte del pastoreo y es un día también oportuno para pedir por las vocaciones que el Señor quiera seguir suscitando muchos jóvenes y no tanto que se animen a entregar su vida al Señor en la vida sacerdotal y consagrada. Y pedimos al Señor que Él nos bendiga. El que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.