Home»NOTICIAS»Mons. Antúnez: “Que el Señor nos ayude a seguir trabajando la humildad, la sensibilidad y la compasión”

Mons. Antúnez: “Que el Señor nos ayude a seguir trabajando la humildad, la sensibilidad y la compasión”

Compartimos la reflexión de Mons. Fabián Antúnez SJ, Obispo de la Diócesis de San José de Mayo, en este Domingo 28 de agosto de 2022 (XXII Domingo del tiempo durante el año), en el programa “Momento de reflexión” de Radio 41 AM 1360.

“Un saludo muy grande a toda la audiencia. El punto en común que encontramos entre la primera lectura y el Evangelio nos viene dado por la virtud de la humildad. Humildad que debemos pedir y desear y buscar caminos de enraizamiento en la misma. Realiza tus obras con modestia, nos dice la primera lectura. Cuando te inviten a una boda, ve a colocarte en el último lugar. Nos dice el Evangelio.

Que podemos decir, por tanto, de la humildad como trabajar. La misma humildad viene de humus, que significa tierra, más concretamente la capa fecunda de la tierra, aquella que ofrece grandes posibilidades de vida. Esta tierra está al alcance de nuestras manos para manipularla, para hacer de ella un jardín, un surco, una trinchera. Es la mejor herencia de siglos de evolución, de muchas especies de vegetales, minerales y animales que han dejado nutrientes para las generaciones futuras. Todos estamos plantados en este humus fértil preparado por Dios para que sea posible la vida humana. Todos somos humus, somos tierra animados por el Espíritu de Dios, es decir, un barro frágil, amado por Dios.

En el relato del Génesis recordamos que Dios tomó el barro y sopló dándonos su espíritu. Un barro amado por Dios, un barro fragilidad, animado por el Espíritu Santo que nos da a todos horizontes de trascendencia. La humildad, para muchos de nuestros contemporáneos, lleva consigo un signo de tristeza, de sumisión, de pasividad, que no tiene nada que ver con la humildad alegre y creadora del Evangelio. Dice Santa Teresa de Jesús que ‘la humildad es andar en la verdad’, en su libro de las Moradas es la verdad de nuestro límite vivido. Con amor encontramos a Dios. La humildad, por lo tanto, nos da las proporciones, nos impone el realismo de que no somos omnipotentes, pero sí que somos fruto de un amor incondicional de Dios que nos impulsa a la creatividad. En la humildad se encuentran, por tanto, conjugados la apertura a la fecundidad de la tierra y la herida del límite. La persona humilde ha hecho la experiencia inagotable del amor de Dios que se da a sí mismo y que se entrega. Se ve a sí misma desde la originalidad propia y abre sus límites a la comunión con Dios y a la comunión con los demás. Se deja curar. No sólo acepta recibirse de manera pasiva, sino se da de manera creadora. La persona humilde que asume sus heridas también puede asumir la de los demás, estableciendo relaciones sanadoras, incluso con las personas orgullosas o soberbias. La alegría no le viene dada de verse a sí mismo en el espejo de la perfección, sino de sentirse amado y animado por el amor de Dios.

¿Cómo trabajar la virtud de la humildad? ¿Qué importancia descubrimos que tiene la misma en nuestra vida? ¿Cómo vamos integrando en nuestras vidas las heridas, el límite, los fracasos y las crisis como ocasión de maduración en la humildad? En esta línea se inserta el mensaje de Jesús ‘No te coloques en el primer lugar’. Los invito a rastrear los deseos del corazón, a buscar internamente las causales por las cuales tantas veces buscamos el reconocimiento externo, detectar las carencias internas, los vacíos del corazón. No se trata, por lo tanto, de ser autosuficientes, sino agradecidos del don recibido, del don personal que estamos llamados a devolver a la sociedad. Muchas veces nos sucede que carecemos de confianza en nosotros mismos. En ocasiones, por el contrario, nos encontramos avasallante del resto, ansiosos, destrozadores de los límites de los otros. Sin paz interior.

Examinándonos, detectamos que muchas veces corremos tras espejismos de reconocimiento vacío que nos brinda esta sociedad del bienestar. Quizás el silencio interior, quizás escuchar la voz del Señor que nos habla de nuestra dignidad nos ayude a destronar el ego personal del centro de nuestros intereses. Quizás los errores y hasta el propio pecado en horizonte de misericordia, sean fuentes pedagógicas que nos ayuden a reconocer que Dios nos visita en la vulnerabilidad y en las heridas.

En esta misma línea se inserta el desafío de trabajar un cristianismo que influya en una sensibilidad especial en cada uno de nosotros, que nos conduzca a la compasión, a la caridad, a la amistad con los sencillos de la tierra. ‘Cuando dejo un alimento o una cena, no invites a tus vecinos ricos’, nos dice el Evangelio. En esta cultura de la influencia de amistades, de ocasión de asegurarnos. Contactos, qué difícil resulta el atender a aquellos que no cuentan, que están fuera del sistema, que forman parte de los amores descartables. Educar el corazón en esta sensibilidad constituye un dato muy importante un descubrir la belleza del Cristo presente en nuestra sociedad, en el ropaje de los sencillos. Educar la mirada para reconocer su presencia, para acercarnos a los lugares dolientes con el bálsamo del consuelo. Aceptar el perder la vida en las horas invertidas, en la escucha de aquellos que no cuentan, en los ancianos solitarios de los hogares, en los enfermos, en el dar un plato de comida para la gente en situación de calle.

Que el Señor nos ayude a seguir trabajando la humildad, la sensibilidad, la compasión y que Él nos bendiga. El que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.