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Mons. Antúnez: “El Señor desea soplar sobre nosotros, regalarnos su Espíritu Santo y participar cada uno de nosotros en la actividad creativa de anunciar a otros la belleza del Resucitado”

Compartimos la reflexión de Mons. Fabián Antúnez SJ, obispo de la Diócesis de San José de Mayo, compartida en el programa “Momento de reflexión” (Radio 41 AM 1360) y en Radio María Uruguay, junto a los “Mensajes dominicales” de los Obispos del Uruguay, de este Domingo 7 de abril de 2024 (II Domingo de Pascua)

Un saludo muy grande para toda la audiencia. En la semana anterior, el Domingo Pascual, nos preguntábamos ¿de qué sirve un gran amor que sólo ha de durar algún tiempo? ¿Qué hay tras esa puerta misteriosa que significa la pasión, la muerte de Cristo y la muerte de cada uno de nosotros? ¿Cuáles son los detalles que necesitamos del Señor para creer y convertirnos también nosotros en testigos de la resurrección? Son preguntas que apuntan al fondo mismo del misterio de la existencia humana, de la fugacidad de las cosas, del sentido del sufrimiento y del misterio, de la Resurrección del Señor que vino a transformar definitivamente la historia. Esa historia de cerrazón, de miedo, de inseguridad de la comunidad primitiva, con las puertas cerradas, paralizados, encerrados en los propios sinsabores, fracasos y tristezas.

El Señor viene a voltear las paredes de la incomunicación, los temores, las tristezas que nos enredan. Viene a nuestro corazón a regalarnos de su paz. La paz esté con cada uno de ustedes. Desea soplar sobre nosotros, regalarnos su Espíritu Santo y participar cada uno de nosotros en la actividad creativa de anunciar a otros la belleza del Resucitado. Puede suceder que, como Tomás, necesitemos integrar la experiencia de la fe con nuestra racionalidad fuerte.

El Evangelio de este Domingo se detiene en este encuentro y podemos también nosotros pedir la gracia, como Tomás, de pasar de escépticos a creyentes. Tomás nos reviste las características de muchos de nosotros que creemos en lo práctico, en lo que se puede medir. Definitivamente no quiere vivir de ilusiones románticas el Reino de Dios y desea que Dios de pruebas evidentes de su existencia. El Señor, una vez más, como con todos sus discípulos, se muestra detallista, tiene paciencia y se hace presente respondiendo a los anhelos profundos del corazón de Tomás. Trae tu dedo, Tomás, y coloco en las llagas de mis manos. Trae tu mano y métela en mi costado. Son las heridas del Señor las heridas curadas que nos hablan de una humanidad invitada a la misericordia, a la compasión. Son sus heridas sanadas las que nos invitan a todos a ser para otros sanadores heridos, acercarnos al dolor de los hermanos.

Jesús, de la amargura más profunda, de la desilusión, logra entresacar en tomas una de las plegarias más hermosas que se conservan y que muchos la repetimos en silencio. Después de la elevación del pan y del vino. Señor mío y Dios mío. Allí se expresa la misericordia divina que logra sacar una vez más de nuestras pequeñeces, de nuestras faltas, momentos de encuentro y de conversión. Tomás se da cuenta ahora que aquello que despreciaba, aquello que juzgaba como un sueño, era en verdad el deseo hondo y genuino de una alegría profunda. Lo podemos imaginar hacia adelante a Tomás dando razones de su esperanza a la luz de la experiencia de Tomás, podemos preguntarnos ¿por dónde se nos filtra en nuestra vida la desconfianza, las negaciones de la alegría y de la paz que vienen del Resucitado? ¿En qué áreas de nuestra vida las frustraciones, las desilusiones nos han enquistado el corazón en una cerrazón como dinámica defensiva? ¿La cultura ambiente hasta qué punto favorece en cada uno de nosotros una concepción ausente de trascendencia?

La primera lectura nos muestra las primeras comunidades que llamaban la atención por poner todas las cosas en común. Esta es la invitación poner nuestros talentos, cualidades y dones al servicio del bien común. Poder crear en nuestra Iglesia comunidades vivas que logran unirse, acompañarse y sostenerse desde la compasión en las adversidades que les toquen vivir. ¿Qué capacidad tenemos de seguir siendo hoy empáticos? Este es el desafío que nos presenta el Resucitado.

¿De qué manera podemos vivir con mayor claridad la apertura a los demás? Quiero recuperar una vez más en este tiempo, gestos de misericordia que ha tocado vivir en nuestra comunidad aquí en San José. Personas que han entregado ropa, cariño, ternura a las personas que se han visto afectadas por las inundaciones. Otros que han preparado un plato de comida. Algunos que han salido a misionar en los barrios y están misionando en los barrios más afectados. Un sueño de dar respuesta de una comunidad que, descentrada de sí misma, sale al encuentro del dolor. Te invito a que te acerques, a que entregues tu corazón al Señor, a que anuncies con tus gestos una vez más la belleza del Resucitado y que Él nos bendiga, el que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.