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Mons. Antúnez: “el Paráclito estará siempre con nosotros y nos abrirá la inteligencia y el corazón para que podamos comprender todas las cosas con una mirada renovada”

Compartimos la reflexión de Mons. Fabián Antúnez SJ, obispo de la Diócesis de San José de Mayo, compartida en el programa “Puerto de Encuentro” (Radio María 103.3 FM) y “Momento de reflexión” (Radio 41 AM 1360) (Domingo 14 de abril de 2023, VI Domingo de Pascua).

Un saludo muy grande para toda la audiencia. Lo largo de esta semana, siguiendo el Evangelio de San Juan, se nos invitaba a reflexionar sobre el amor. Cuestionarnos por nuestra forma de amar. Considero que supone, en definitiva, atender a a la pregunta fundamental en nuestra vida, aquella que tiene dimensiones de eternidad. Venimos al mundo fruto del amor y mucho de la felicidad depende de la capacidad que desarrollemos a lo largo de nuestra vida en dar amor y dejarnos amar.

Dios es la fuente del amor y Dios nos amó primero. Toma la iniciativa en el amor. En palabras del Papa Francisco nos ‘primerea’ en el amor sale a nuestro encuentro y busca la relación personal con cada uno de nosotros. Este amor de Dios nos invita a cada uno a salir del propio ego, del propio amor. Querer interés que muchas veces ocupa el centro de nuestra existencia e ir purificando nuestra capacidad de amar. Dios, en efecto, no es una verdad teológica, no es un concepto abstracto. En Jesús se nos revela como el amor incondicional del Padre que nos envía a su Hijo. El Dios que nos revela a Jesús es el Dios compasivo que viendo como el ser humano muchas veces se desfinaliza, decide que la segunda persona se haga, se haga hombre, asuma nuestra carne. Llegada la plenitud de los tiempos en la Encarnación.

En el Libro de los Ejercicios Espirituales, san Ignacio de Loyola nos dice que el amor se ha de poner más en las obras que en las palabras, y que el amor consiste justamente en esto, en comunicación. Cada uno de lo que es y de lo que tiene, es decir, capacidad de complementariedad, de poner en común nuestros talentos, nuestras cualidades al servicio del otro y a la vez dejarnos completar por el otro en sus talentos, en sus zonas fuertes, y también tener la capacidad de poder amar lo vulnerable, lo frágil que hay en el otro. Quizás podamos preguntarnos a lo largo de la semana ¿cómo está nuestra comunicación en el amor, como está reflejándose aquellos gestos que hacen al mismo creíble? Se nos habla en el Evangelio de la importancia de perseverancia en el amor, de permanecer unidos a Dios. En esto nos puede venir muy bien una historia que relata Follereau que suele contar que visitando una leprosería en las islas del Pacífico le sorprendió que en aquel tiempo, entre tantos rostros muertos y apagados, hubiera alguien que conservaba unos ojos claros y luminosos que se iluminaban con un gracias cuando le ofrecían algo. Cuando preguntó que era lo que mantenía a este hombre con vestigios de humanidad, alguien le dijo que observara sus conductas por las mañanas y vio que, apenas amanecido, aquel hombre acudía al patio que rodeaba la leprosería y que allí esperaba él unos momentos. A media mañana, tras el muro, aparecía el rostro de una mujer con la piel arrugada que sonreía. El hombre comulgaba con aquella sonrisa y sonreía él también. El rostro de la mujer desaparecía, pero el hombre tenía el alimento necesario para seguir soportando una nueva jornada. Era su mujer, al verla, comentaba el leproso sé que estoy vivo.

¿A quién estoy llamado a mirar para generar en ellos vida? ¿Mi amor sabe de aguante, sabe de compañía, sabe de perseverancia o es incapaz de sostener al otro? El amor es aquello que nos mantiene vivos y el desafío para cada uno de nosotros es el de mantener el fuego del amor. Puede ser que las rutinas, las heridas de la vida, las frustraciones, la imagen de Dios que nos hemos formado nos impide muchas veces amar y transparentar su amor. En esto, la lógica del Evangelio nos invita a la conversión, a dejar habitar al Señor en el fondo de nuestro corazón, a dar buenos frutos, a hacer tierra en manos del alfarero. La manera de ser constantes en el amor, nos dice el Evangelio, es cumpliendo los mandamientos, en donde lo central estará en el amor a Dios y en amor al prójimo.

Los mandamientos constituyen aquella hoja de ruta que nos dan las claves que nos iluminan el camino de educar nuestra libertad responsable y formar nuestra conciencia. El Señor nos deja el testamento de lo fundamental. Los mandamientos, lejos de significar una restricción a nuestra libertad personal, potencian la misma, le dan anclaje, le dan sentido, le dan camino a transitar. En tiempos de tanta exaltación de la libertad individual, de propiciar el hedonismo. No resulta sencillo la tarea de ir integrando las diversas áreas de nuestra vida, ir dejándonos moldear cómo vivimos los mandamientos consisten para nosotros en un camino que nos ayuda a la formación de la conciencia. Siento que voy caminando en itinerarios de conversión.

Vamos a pedir a lo largo de esta semana esta gracia. El Espíritu Santo que trabaja en medio nuestro, el Paráclito, el que el Padre nos envía, es el que nos permitirá que el amor no sea una letra muerta, sino que nos conecte con el Viviente, con el Resucitado. El para el Paráclito estará siempre con nosotros y nos abrirá la inteligencia y el corazón para que podamos comprender todas las cosas con una mirada renovada, vaciamos en el Señor, por lo tanto, nuestras inquietudes y nuestras angustias, y pedir la gracia que nuestra vida bien cuidada por el Señor, podamos cada uno dar frutos y frutos en abundancia. Y que el Señor nos bendiga. El que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.