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Mons. Antúnez: “El mundo necesita de testigos, de personas que con sus vidas compartan la alegría gozosa del Señor Resucitado”

Compartimos la reflexión de Mons. Fabián Antúnez SJ, obispo de la Diócesis de San José de Mayo, compartida en el programa “Momento de reflexión” (Radio 41 AM 1360) y en Radio María Uruguay, junto a los “Mensajes dominicales” de los Obispos del Uruguay, de este Domingo 14 de abril de 2024 (III Domingo de Pascua)

Un saludo muy grande para toda la audiencia. Continuamos transitando este tiempo pascual que la Iglesia nos ofrece como un tiempo privilegiado para experimentar en el corazón la alegría y la paz, que son los dos grandes frutos que trae consigo el Resucitado.

En este tercer Domingo de Pascua se nos relata la escena de aquellos discípulos que se habían marchado a Emaús. Habían abandonado la comunidad, en el corazón, iban masticando la experiencia de la desolación, de la falta de expectativas respecto a la Resurrección, de que la nota final había sido el crudo relato de la pasión y experimentan en el camino como el Señor les va encendiendo el corazón, va avivando en ellos las brasas, le va explicando el sentido del dolor y el sufrimiento, y parte para ellos el pan y encuentran al Resucitado en aquel huésped peregrino al que albergan. Pegan la vuelta, y quizás el gran desafío para cada uno de nosotros es preguntarnos ¿de qué caminos debo volver y a qué lugares, relaciones, vínculos, compromisos necesitamos volver? El Señor nos invita a volver a la fidelidad profunda a nosotros mismos, a la propia conciencia, a la interioridad, al amor, a la esperanza, al apostolado. Volver significa reavivar en cada uno de nosotros que la historia puede nacer de nuevo, que algo en nosotros puede recrearse. Es la experiencia profunda y honda de vivir al Señor como conversión de nuestra sensibilidad.

El Señor desea habitar en lo profundo. Por eso, cuando estos discípulos de Emaús están relatando a la comunidad, el Señor se aparece y se coloca en medio de la comunidad, en medio quiere decir en lo más profundo, en el núcleo central de nuestro corazón, allí desde el cual tomamos las decisiones, vivimos las vidas, experimentamos los grandes compromisos, ellos se quedan atónitos. Sucede muchas veces que la alegría es tan grande, la esperanza es tan naciente que nos cuesta salir a todos de la tristeza, del pesimismo.

Son las grandes problemáticas de este nuestro mundo que ha agudizado el tema del placer, el disfrute de los sentidos de manera hedonista, pero al que le falta la alegría profunda, al que le falta vínculos profundos a cada uno de nosotros, vínculos que necesitamos cultivar, reactivar, profundizar. El Señor se presenta con su humanidad. El Resucitado no asumió el ropaje de ser humano como un dato de la encarnación durante algún tiempo que concluye en la muerte, Cristo resucita con su corporeidad glorificada. De hecho, muestra sus manos curadas, su costado abierto, sellado, y nos invita a todos a ser testigos de esta esperanza, sanadores heridos, que sanemos a otros desde nuestras heridas curadas. El Señor resucitado comparte la comida con sus amigos como un dato de fraternidad. Reproduce aquellas escenas maravillosas de la multiplicación de los panes, ahora en torno al Resucitado y comparte la comida, comparte la cotidianeidad, comparte la mesa de familia, de comunidad, el espacio laboral, nuestras relaciones cercanas y también, por qué no, la cercanía con el más frágil y el necesitado al que somos invitados también nosotros a darles de comer.

Hoy te invito a que te preguntes ¿de qué lugares debes volver? ¿Cómo colocar a Cristo al centro de nuestro corazón y cómo vivir al Señor resucitado en la vida cotidiana? Él explica hacia el final del Evangelio que el sufrimiento, que el dolor, que la pasión, que la muerte, que el fracaso aparente de su proyecto es parte del camino. Pero en verdad no es el final de la historia. El final de la historia es la resurrección del Señor, y envía todo su plan de su Espíritu a que podamos compartir con otros esto la razón de nuestro gozo. El mundo necesita de testigos, es decir, de personas que con sus vidas compartan la alegría gozosa del Señor resucitado. El mundo necesita de personas que transparenten a otros con hechos, con palabras, con gestos que el Señor sigue vivo hoy en medio nuestro.

Pidamos entonces esta gracia del poder ser testigos del gozo. Que esta sea la razón principal de nuestra alegría, aquello que desborda de nuestro corazón. Que se nos haya confiado la más bella de las tareas, la de anunciar a todos. Que el Señor, que ese corazón amante, ese corazón divino y humano, sigue vivo hoy en medio de nosotros, sigue resucitado y presente a través de su Iglesia, que tiene que anunciar la alegría del Resucitado y que el Señor nos bendiga, El que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.