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Mons. Antúnez: “El desafío es ser también nosotros, sembradores de esperanza”

Compartimos la reflexión de Mons. Fabián Antúnez SJ, obispo de la Diócesis de San José de Mayo, compartida en el programa “Puerto de Encuentro” (Radio María 103.3 FM) y “Momento de reflexión” (Radio 41 AM 1360) (Domingo 15 de julio de 2023, XV Domingo del Tiempo durante el año).

Un saludo muy grande para toda la audiencia. El evangelio de este Domingo nos coloca delante de la parábola del sembrador. Jesús, cuando hablaba, cuando dirigía su mensaje, usaba un lenguaje simple, un lenguaje lleno de imágenes que eran ejemplos tomados de la vida cotidiana. Podemos entresacar su vida de Nazaret, sus años de trabajo, su capacidad de observar la realidad y a partir de ahí entresacar mensajes que llegaban a lo profundo del corazón. La multitud lo escuchaba, lo apreciaba y podía tocar honda y profundamente el corazón, porque eran mensajes que comulgaban con toda naturaleza humana. Enseñaba con simpleza y con autoridad. Varias veces recordamos que comparaban su mensaje con el de los autores de la ley de la época, que estaban llenos de rigidez del culto a la ley legalista que alejaban a la gente de Dios.

La imagen de la parábola del sembrador nos coloca que el sembrador por excelencia es Jesús. Él es el Hijo de Dios hecho hombre que esparce la semilla de la Palabra. Una semilla que se esparce en el corazón de cada persona humana y que trae aparejado la necesidad de una respuesta a la semilla sembrada. La semilla se dona, se entrega, se ofrece. Él esparce con generosidad, con paciencia, su Palabra. Su Palabra no busca encorsetar el corazón humano, sino, por el contrario, producir en cada uno de los oyentes la conversión del corazón y el SI. Viene a mi memoria aquello de la misión de las manos de Mamerto Menapace. Publicado en Sal de la tierra, que él dice ‘No tenemos en nuestras manos las soluciones para los problemas del mundo, pero frente a los problemas del mundo tenemos nuestras manos. El hombre de la tierra no tiene el poder de suscitar la primavera, pero tiene la oportunidad de comprometer sus manos con la siembra. Solo el hombre en quien el invierno no ha asesinado la esperanza es un hombre con capacidad de sembrar. El contacto con la tierra engendra en este hombre la esperanza, porque la tierra es fundamentalmente el ser que espera. Es intuitiva. En ella anida la experiencia de los ciclos de la historia. El sembrador sabe que ese puñado de trigo ha avanzado hasta sus manos de primavera en primavera, de generación en generación, dejando atrás los yuyales, una cadena ininterrumpida de manos comprometidas ha hecho llegar hasta sus manos esa vida que ha de ser pan. Tenemos que comprometer nuestras manos en la siembra. Que la madrugada nos encuentre sembrando’.

Ese es el primer desafío a imitación de Jesús. Ser también nosotros, sembradores de esperanza. Pero el segundo desafío es también el de acoger la Palabra de Dios en nuestro corazón. Una palabra de Dios que tenemos que preparar el terreno para ser bien recibida y poder cada uno dar frutos.

En el Evangelio, en la parábola del sembrador se nos presentan distintos tipos de terrenos. Hay terrenos pedregosos que no hay mucha tierra y que la semilla germinada no consigue echar raíces profundas. Ese es el corazón superficial el que acoge al Señor, el que quiere dar testimonio pero no persevera, se cansa y no despega nunca en la vida espiritual. Un corazón sin profundidad en el que la pereza prevalecen sobre la tierra buena. También otra imagen nos presenta el corazón espinoso, lleno de zarzas que asfixian a la semilla buena. Las zarzas son la preocupación del mundo, la seducción de las riquezas. Las zarzas pueden ser tantas formas de adicciones, de vicios que pelean contra la palabra y la virtud sembrada en nuestros corazones. La riqueza mundana, el vivir ávidamente para sí mismos, para el tener, para el poder. Si cultivamos esas zarzas, asfixiamos la Palabra de Dios y la vida de la gracia en nosotros. El gran desafío, por lo tanto, es el de ser una buena tierra que acoge la semilla y que pueda dar frutos. Algunos serán frutos conforme a sus talentos y capacidades de determinada magnitud, otros aparentemente más sencillos y ocultos. Pero en todos el desafío es el de dar frutos.

En este fin de semana también recibiremos en San José como etapa final, a tantísimos jóvenes de los colegios de la Compañía de Jesús, de Uruguay, de Argentina y de algunos otros lugares. Son alrededor de 500 jóvenes que han venido a sembrar la Palabra de Dios, el Evangelio, el trabajo y su alegría en 30 lugares de distintas cooperativas de vivienda, MEVIR, hogares y distintas obras sociales, han brindado su trabajo, su energía, su fe. Confluyen todos en la Catedral de San José, el Domingo en una celebración eucarística. Es una imagen de mano juvenil que se atreve a la siembra. Es una imagen de apostar al tiempo en el corazón de tantas personas que lo han recibido en esta semana.

Pido que la Iglesia también pueda renovarse en su ilusión, en su esperanza y que recibiendo a tantos jóvenes en tantos lugares de nuestro país y el fin de semana en San José, podamos cada uno de nosotros seguir comprometiendo nuestras manos con la siembra y que Dios nos bendiga. El que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.