Home»NOTICIAS»Mons. Antúnez: “Vamos a pedir la gracia, de mirar a quienes necesitan de nuestra mirada para generar en ellos vida y conocer el amor de Dios que sabe de aguante, que nos sostiene y poder también sostener a otros”

Mons. Antúnez: “Vamos a pedir la gracia, de mirar a quienes necesitan de nuestra mirada para generar en ellos vida y conocer el amor de Dios que sabe de aguante, que nos sostiene y poder también sostener a otros”

Compartimos la reflexión de Mons. Fabián Antúnez SJ, Obispo de la Diócesis de San José de Mayo, en este Domingo 21 de agosto de 2022 (XXI Domingo del tiempo durante el año), Día Nacional de la Catequesis, en el programa “Momento de reflexión” de Radio 41 AM 1360.

Un saludo para toda la audiencia. El evangelio de este Domingo nos presenta a Jesús que camina, es el Jesús itinerante que pasa enseñando por ciudades y por los pueblos en su rol de maestro. Va camino a Jerusalén, donde debe entregar la vida por nosotros. En ese contexto se inserta la pregunta de un hombre que, dirigiéndose a él, le dice ¿Señor, son pocos los que se salvan? Es una pregunta relevante, significativa, pero que lamentablemente hoy ha perdido sentido en este mundo caracterizado por la ausencia de trascendencia, en donde muchas veces hemos acallado las preguntas fundamentales de la vida. Inundados como estamos de consumo, necesitamos recuperar la dimensión de silencio para volver a escuchar eso profundo del corazón y reflotar preguntas fundamentales y suscitar en otros, ansias de infinito.

Jesús ubica dicha pregunta no como una realidad del más allá, sino como un desafío de caminar ya en esta vida, en senderos de amor, de compasión, de solidaridad. A la pregunta, Jesús invierte la respuesta y más que hablar de un número determinado de personas, una cantidad específica de aquellos que se salvan coloca la respuesta en el nivel de la responsabilidad, invitando, invitándonos a usar bien del tiempo presente. Sabemos que la salvación forma parte del misterio de la providencia de Dios, de su misericordia. Pero lo que nos toca a nosotros es el esforzarnos por caminar en la vida de la gracia, por lograr entrar por la puerta estrecha. La imagen que él brinda hoy en el Evangelio. Esta imagen de la puerta estrecha, a mí en particular me lleva a la imagen de la Basílica de la Natividad de Belén, que nos recuerda el lugar del nacimiento del Señor, que tiene una pequeña puerta de 1,20 metros de altura, donde la razón histórica es para que los bárbaros no destrocen los lugares sagrados. Martín Descalzo, escritor, sacerdote ya fallecido, se le ocurre pensar una razón espiritual y dice a Dios los niños llegan caminando. Los adultos, los que hemos crecido, nos tenemos que empequeñecer, a bajar para poder entrar por esa puerta estrecha.

Quizás lo primero a preguntarnos es ¿Qué dimensiones mi vida debe empequeñecerse? ¿Debo entrar en esa niñez espiritual? ¿Qué áreas de mi vida deben hacerse más humildes, viviendo la sencillez, las humillaciones que la vida permite que cada uno de nosotros experimentemos? Jesús no quiere engañarnos diciéndonos si la cosa es fácil. Hay una hermosa carretera o una gran puerta. Más bien nos habla de ese desafío de entrar por la pequeñez, porque el amor, en efecto, es exigente y requiere compromiso, cercanía, gestos que lo hacen al mismo creíble. Para cada uno de nosotros, la puerta estrecha tomará formas diversas. Para uno será el perdón difícil de dar o de recibir. Para otros será el de sostener la fidelidad a la propia conciencia en tiempos de ideologías de turno. Para algunos será el camino de la solidaridad, el de la compasión o el del volver a la oración, al silencio, a la interioridad para todos, indudablemente, caminos contraculturales en tiempos de tanta liviandad y superficialidad egoísta.

San Pablo los llama a esto el buen combate de la fe. El esfuerzo de cada día unido a la gracia de amar a Dios y amar al prójimo. Y el Señor también nos presenta la imagen en una parábola, la parábola del dueño de casa, que simboliza a Dios, que simboliza la casa, la vida eterna. Y nos dice, cuando el dueño cierre la puerta y algunos golpeen, dirán: no sé quiénes son, no los conozco. En efecto, el Señor reconocerá, no aquellos que, en definitiva, han experimentado la fe desde un punto de vista meramente intelectual, racional o puramente doctrinal, sino la experiencia de Dios consiste, en definitiva, en una experiencia de amor, de dejarnos transformar el corazón, la sensibilidad y nuestras opciones vitales. Al final de la vida, el gran test será este ‘hemos amado’ y ojalá podamos abrir el corazón y las manos y presentar rostros de tantas personas a las que hemos intentado amar, dejando huellas del amor de Dios en sus vidas.

En esto de la perseverancia en el amor me viene la imagen de una historia contada por Follerau que nos decía que visitando una leprosería en la isla del Pacífico les sorprendió que, entre tantos rostros muertos y apagados, hubiera alguno que conservara los ojos claros y luminosos que se iluminaban con un gracias cuando le ofrecían algo. Cuando preguntó qué era lo que lo mantenía este hombre con vestigios de humanidad, alguien le dijo que observara sus conductas por las mañanas y vio que apenas amanecido, aquel hombre acudía al patio que rodeaba la leprosería y allí esperaba unos momentos. A media mañana, tras el muro, aparecía el rostro de una mujer arrugadita que le sonreía. El hombre comulgaba con aquella sonrisa y sonreía Él también. El rostro de la mujer desaparecía, pero el hombre tenía alimento para seguir soportando una nueva jornada. Era su mujer. Al verla comentaba el leproso ‘sé que estoy vivo’. Vamos a pedir la gracia, por lo tanto, de mirar a quienes necesitan de nuestra mirada para generar en ellos vida y conocer de un amor. En definitiva, el de Dios que sabe de aguante, que nos sostiene y poder también sostener a otros y que el Señor nos bendiga. El que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.