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Mons. Antúnez: “Pidamos, aprovechar este tiempo de Adviento para preparar el corazón para que nuestras manos se abran a la oración y a la ayuda al prójimo”

Compartimos la reflexión de Mons. Fabián Antúnez SJ, obispo de la Diócesis de San José de Mayo, compartida en el programa “Momento de reflexión” (Radio 41 AM 1360) y en “Palabra de Vida” a través de RADIO MARIA URUGUAY FM 103.3 y FM 92.7 de este Domingo 3 de diciembre de 2023 (I Domingo de Adviento)

Un saludo muy grande para toda la audiencia. Celebramos este Domingo, el primer Domingo de Adviento que nos prepara el corazón para este Dios que viene en la fragilidad de un niño. El primero de los desafíos que el Evangelio nos presenta es el de estar vigilantes. La actitud de la vigilancia. Necesitamos vivir la vida con profundidad, con atención a nuestro mundo interior, a los sentimientos, los pensamientos a partir de los cuales nos habla el Señor. Hacernos conscientes de sus mociones, de las del Espíritu Santo, nos conduce a vivir la vida en relación filial. Una de las tentaciones de nuestro tiempo es el de vivirnos agitados, estresados, divididos por dentro. La espiritualidad ignaciana nos invita a hacer pausa, a detener la marcha y escuchar a nuestro interior. La actitud de vigilancia es la que permite a los magos discernir los signos de los tiempos y caminar siguiendo una estrella. Esta actitud de vigilancia contrasta con la superficialidad consumista de un Herodes que, anestesiado en sus sentidos, se torna incapaz de contemplar la vida que surge en el niño.

Esta atención, esta vigilancia, nos mantiene conectados con nuestro mundo interior para desde allí mirar la realidad con ojos nuevos. Con esta actitud nos damos cuenta de los dolores y las necesidades del prójimo. Podemos percibir también sus capacidades, sus cualidades. Desde estos ojos contemplativos podemos contrarrestar la indiferencia, el individualismo. Podemos alegrarnos de los tesoros de belleza que también existen y que deben ser custodiados en la creación. ¿Acogemos la invitación del Señor a estar vigilantes o por el contrario, nos dejamos desanimar o abrumar por la falta de esperanza, por la desilusión?

Otro desafío que nos presenta este tiempo de Adviento es el de hacerle espacio a Jesús en nuestro corazón. La gracia de pedir es la docilidad al Espíritu Santo, poner nuestras vidas un poco más en las manos del Señor, compartir junto a Él nuestras decisiones, sentir, en definitiva, que nuestra libertad en su presencia se plenifica. El Señor pasa, golpea las puertas de nuestro corazón, pide permiso para entrar ¿Dónde recibimos a Jesús?, ¿Qué espacio le damos en nuestra vida? ¿Lo recibimos rápidamente o lo dejamos entrar al núcleo mismo de nuestro corazón, a nuestra sensibilidad? Dejar entrar a Jesús nos mueve a vivir la ternura del niño. Contemplar a ese niño que viene, nos ayuda a reconocer a Dios en los vulnerables, en los frágiles y también en nuestras zonas vulnerables, nuestras heridas, lo frágil de nuestra existencia. La ternura nos invita a redescubrir la belleza del amor expresado en los gestos. Nos lleva a vibrar ante una persona con respeto y con admiración. Te invito a preguntarte ¿Cómo acoges la ternura de Dios? ¿Te dejas alcanzar por él o impedimos que la ternura tome nuestro corazón y los transforme?

Pidamos la gracia también en este tiempo de recuperar el asombro y la capacidad de maravillarnos. Dejarnos sorprender por el Señor. Esto nos hablará de juventud del corazón, de mantener viva la admiración, de una mirada siempre optimista y esperanzada, que sabe reconocer la presencia del Espíritu de Dios que hace nuevas todas las cosas. Esta capacidad de maravillarse es la que sostiene a María frente a las sorpresas de Dios. Es la que permite a un San José confiar en medio de las oscuridades de su existencia. Es la que impulsa a los santos a descubrir con nueva lumbre los regalos del Señor. ¿Cómo está nuestra mirada? ¿Qué emociones, Qué movimientos nos invitan a salir fuera de la zona segura, de la zona confortable? El desafío, por tanto, es llevar al Señor nuestros tesoros, el corazón, lo que tenemos, lo que somos. Presentamos al Señor nuestras heridas no curadas. También nuestras alegrías y aquello que plenifica nuestra vida. Presentamos al Señor nuestras manos, manos que quieren no cerrarse a la siembra. Manos que desean abrirse a los demás. Pidamos, por tanto, aprovechar este tiempo de Adviento para preparar el corazón para que nuestras manos se abran a la oración y a la ayuda al prójimo, y para que también nuestra inteligencia se deje sorprender, arrodillándose ante el misterio de un Dios que se va a hacer niño en esta Navidad. Y que el Señor nos bendiga. El que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.