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Mons. Antúnez: “Nos vamos de esta tierra solamente con aquello que hemos sembrado en el corazón de los demás, que paradójicamente, ha sido aquello que no hemos acumulado”

Compartimos la reflexión de Mons. Fabián Antúnez SJ, Obispo de la Diócesis de San José de Mayo, en este Domingo 30 de julio de 2022 (XVIII Domingo del tiempo durante el año y Fiesta de San Ignacio de Loyola), en el programa “Momento de reflexión” de Radio 41 AM 1360.

“Un saludo muy grande a toda la audiencia. La Iglesia celebra el Domingo a San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, quien luego del proceso interior de conversión que se inicia en la casa Torre, familiar en Loyola, pero que continúa sobre todo en Manresa, en un proceso hondo y profundo de transformación de su interior, de su sensibilidad, que lo lleva a experimentar como la primera lectura de este domingo, la vanidad de todo lo creado.

Siente internamente que en cada una de las cosas creadas que han sido creadas para el hombre, se esconde un ídolo potencial que amenaza con convertirse en el centro del corazón y que, por lo tanto, el gran proceso interior que hay que realizar es el de hacerse disponible, hacerse indiferente, en lenguaje ignaciano, un camino profundo de libertad interior frente a todo lo creado. En su proceso interior de conversión, San Ignacio va descubriendo la necesidad profunda de educar la afectividad, educar los sentidos. Para hacerlos dóciles a la voz del buen Espíritu que desea trabajar en cada uno de nosotros. Hacer surgir, permitir que crezca en nosotros, el hombre y la mujer interior, el hombre nuevo del Evangelio, supondrá para todos un proceso de transformación interior de nuestro corazón y de nuestros deseos. En el corazón humano laten las búsquedas profundas y también allí se esconden nuestras sombras, nuestras fisuras, nuestras heridas, nuestras malas inclinaciones, el pecado que nos acecha.

Todos tenemos carencias que, intentamos muchas veces compensar desde afuera, con apariencias. Necesitamos, por tanto, trabajar esa conciencia profunda de nuestra valía en el amor incondicional que Dios tiene sobre nosotros. Quizás al principio podamos preguntarnos ¿por dónde siento, sentimos que se da en nosotros, en nuestro corazón, la lucha espiritual? ¿Nos animamos a un proceso de ir transformando nuestra sensibilidad, nuestros sentidos, nuestra mirada, nuestra escucha, el gusto, el tacto? ¿Qué pasos damos para escuchar más al corazón y para tomar decisiones desde dentro? Estas preguntas nos remiten a la necesidad del silencio y de la pausa interior que nos permita escuchar a ese corazón muchas veces dormido y elegir conforme a aquello que en nosotros genera la vida en abundancia. Es en el corazón humano donde se da la lucha espiritual y necesitamos guiarnos o dejarnos guiar por la suave brisa del Espíritu que viene a hacer morada en nuestro interior. Elegir por lo tanto, supondrá optar tomar partido por la suave voz del buen Espíritu en cada uno de nosotros.

El Evangelio nos coloca delante los riesgos de la avaricia, la tentación idolátrica de acumular el dinero. El dinero es un medio, pero que tiene potencialidad de abrir muchas puertas y oportunidades. Posibilidades de comprar, tener, figurar, pertenecer. Pero tiene en sí mismo el riesgo de convertirse en fuente de egoísmo, de corrupción y factor de división en la familia, en la sociedad, entre los pueblos. Es la imagen de la parábola un hombre rico que se pregunta ¿qué voy a hacer? Es una pregunta pertinente, solo que la respuesta nos brinda las características de un corazón que se ha vuelto codicioso y egoísta. Es la tentación de acumular, la fascinación que genera el dinero, un extraño mecanismo que nos dispara aquello de que nos aseguramos el futuro sobre la base de la posesión del dinero. En dicha concepción, los otros, los demás, no entran en el horizonte. La dinámica de la empatía y la compasión queda abolida por el yo narcisista que se convierte en juez de la realidad. El hombre, cautivado por la codicia de bienes, comienza a negociar su ética y las búsquedas profundas del alma. Alma mía, tienes bienes almacenados, descansa, come, bebe y date a la buena vida. La entronización del ‘dios dinero’ hace que el ser humano quede vaciado de sus búsquedas profundas el amor de caridad, la solidaridad, la justicia, la compasión.

San Ignacio, en su contemplación de las dos banderas, nos presenta dos propuestas que seducen el corazón, la del enemigo de la natura humana, la del mal espíritu que nos propone riquezas, vanidad y soberbia, y las del Espíritu Santo de Dios, que nos habla de desprendimiento, libertad interior y humildad. ¿Cuántas familias divididas por el dinero? ¿Cuántos pueblos en guerra por la obtención de los bienes? ¿Cuánta corrupción que nos anestesia la moral y nos convierte en personas disociadas? ¿Cuánta injusticia estructural que clama al cielo en la enorme diversidad de oportunidades entre los pueblos, culturas, personas? ¿Qué le sucede a nuestra sensibilidad que, fascinada por el dinero, negocia en ocasiones su paz de conciencia? ¿Qué pasos concretos sentimos que el Señor nos invita a transitar para mejorar la relación con las cosas? Resulta, por lo tanto importante, imperioso, un examen discernidor que nos permita potenciar nuestra vida, valorando aquello profundo del alma la capacidad de amistad, el disfrute de lo gratuito, la belleza del amor y la contemplación, el disfrute sincero de la paz de conciencia.

Quizás la pregunta que nos pueda iluminar es ¿Cómo me gustaría que la muerte me encontrase? Nos vamos de esta tierra solamente con aquello que hemos sembrado en el corazón de los demás, que paradójicamente, ha sido aquello que no hemos acumulado, sino que lo hemos dado a lo demás tiempo, cariño, amor, amistad. Pidamos, por tanto, la gracia de entregar la vida y de vivir los bienes materiales como una oportunidad de hacer el bien, como riquezas que se nos han confiado para el servicio y la caridad. Y que el Señor nos bendiga. El que es Padre, Hijo y Espíritu Santo”.