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Mons. Antúnez: “En una sociedad que se ha liberado de una imagen de Dios represiva, el desafío será el de dar razones que fundamenten que una vida vivida con proyectos trascendentes y con honestidad a los demás, nos hace plenos”

Compartimos la reflexión de Mons. Fabián Antúnez SJ, Obispo de la Diócesis de San José de Mayo, en este Domingo 7 de agosto de 2022 (XIX Domingo del tiempo durante el año), en el programa “Momento de reflexión” de Radio 41 AM 1360.

“Continuamos en este Domingo reflexionando sobre la relación de cada uno con las cosas. Sobre los apegos desordenados. Sobre la necesidad de vigilancia del corazón y la lucidez para caer en la cuenta de los autoengaños, de los vacíos del corazón que los compensamos en esta cultura de la apariencia. Nos habíamos planteado el riesgo del dinero que tiene amplias posibilidades en la sociedad de consumo: comprar, pertenecer, figurar, tener, pero que tiene en sí mismo la posibilidad de convertirse, decíamos, en fuente de egoísmo, de corrupción y de factor de división en las familias, en la sociedad, entre los países y las culturas. La entronización del ‘dios dinero’ hace que el ser humano quede vaciado en sus búsquedas profundas. El amor de caridad, la solidaridad, la justicia, la compasión, quedan postergados. En efecto, en cada uno de nosotros conviven las búsquedas profundas con las necesidades de reconocimiento; y el dinero ofrece el espejismo de plenitud que todos anhelamos.

Por lo tanto, ninguno de nosotros se ve libre de examinar la relación que tenemos con el dinero y buscar, con la ayuda de la gracia, una relación ordenada, libre de avaricias o de derroches compulsivos. El dinero, unido al poder y a la seducción de la imagen constituye un cóctel muy potente del que resulta difícil mantenerse al margen. Así me surge el preguntarnos ¿Cómo conservar el tesoro del corazón intacto? ¿Se nace corrupto o nos vamos volviendo? Los seres humanos tenemos una gran capacidad de autoengaño y de justificarnos.

Por lo tanto, lo primero será el crecer en capacidad de sospechar de los deseos del corazón cuando los mismos se van desenfocando, preguntarle a las emociones ¿de dónde vienes? ¿Hacia dónde quieres llevar mi vida? ¿Qué me prometes? Salir del círculo de la omnipotencia, de la rapidez en los éxitos, del camino, de la justificación interior, de la propia conciencia y caminar en sendas de pobreza interior, de alegría, con la sencillez y cierta austeridad de vida.

El Evangelio nos dice que allí donde esté tu tesoro, estará nuestro corazón. Por lo tanto, la pregunta sería ¿qué me mueve a emprender cada día? ¿Concibo mi vida desde la lógica del acumular o vivo la vida desde una profunda dimensión de servicio?

Qué difícil resulta a nuestro tiempo tener esta mirada de trascendencia cuando se han oscurecido el fin de la existencia y vivimos inundados de medios. Los medios nos anestesian, nos sumergen en un mar somnoliento en donde vivimos la vida, muchas veces anestesiados, con el freno de mano puesto al amor y a la entrega. ¿Cómo mantener las lámparas encendidas en este mundo frío e impersonal? ¿Qué significaría en mi proyecto vital el estar despierto? Para uno podría ser el cuidar la paz de conciencia, para otros, mantener la fidelidad a sus valores, a su voz interior, escuchando los llamados profundos del corazón. Quizás el sostener viva la llamada a la compasión, la solidaridad, vivir una ética en un mundo atravesado por la mentira y la corrupción.

Nuestra vida cristiana está llamada a iluminar una realidad atravesada muchas veces por la oscuridad y la falta de valores. En esto, aceptar la dimensión de lo contracultural de nuestra fe constituye un camino interior de discernimiento de la propia conciencia.

Velar, estar preparados, vigilar, supone un hombre o una mujer con experiencia del amor de Dios. Nadie puede anhelar esperar, nostalgiar a quien no ha conocido. Por lo tanto, debemos profundizar en la experiencia del amor de Dios y caer en la cuenta de la fugacidad de la vida. Sin la experiencia de Dios. La sensación de fugacidad de la vida puede ser leída en clave de mero disfrute de los sentidos. Una absolutización del placer individual que amenaza con convertirse en clave de lectura de la realidad.

En una sociedad mayor de edad que se ha liberado de una imagen de Dios represiva, el desafío será el de dar razones que fundamenten que una vida vivida con proyectos trascendentes, con honestidad a los demás, nos hace plenos. ¿Qué mostramos los creyentes a los que no creen? ¿Se observa una alegría distinta de vivir la vida? ¿Libres de ataduras? ¿Reconciliados con nosotros mismos y la realidad? Vivir la vida es amar a corazón pleno. Sonreír. Disfrutar del presente sin excesivas preocupaciones que nos asfixian por dentro. Salir al encuentro del otro desde una actitud de empatía que nos lleva a descubrir la felicidad en el encuentro. Caminar, por tanto, en cada etapa vital, en el difícil camino de la maduración que nos toca. Si logramos reflejar esto en nuestros gestos, nuestra vida será significativa. En la cultura de la imagen y de la apariencia. Allí podremos vivir con serenidad el paso de esta vida a la eternidad, sabiendo que la misericordia nos saldrá al encuentro.

Mirar la vida en horizonte de preguntarnos ¿Cómo me gustaría que la muerte nos encontrase? Esta pregunta nos hace vivir mejor. La vida nos coloca en situación de administradores de un don que nos fue dado, la vida y los bienes de la tierra.

Pidamos, por tanto, la sabiduría del corazón para vivir la vida con más libertad interior, con conciencia de la importancia de compartir los bienes de la tierra y mantenernos en vigilancia interior para ser fieles a la voz interior de la conciencia. Y que el Señor nos bendiga, Él que es Padre, Hijo y Espíritu Santo”.