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[Iván Lemes] Un recuerdo de Mons. Di Martino

Entrevista: Tomás Puerto
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En los “años locos”, como se conoce a los años posteriores de la década del 20, tiempo de transformaciones, del automóvil, de los nuevos roles de la mujer y tantas transformaciones en el ámbito socio cultural con dos medios de comunicación la radio y el cine, una familia con ocho hijos se adaptaba al nuevo tiempo.

Tarariras había ampliado considerablemente las posibilidades que le brindaban sus generosas tierras, dando lugar a nuevas oportunidades comerciales, servicios, profesionales, lo cual generó que cientos de pobladores de diversos puntos del departamento y zonas aledañas se instalaran en el lugar.

El padre de Iván, que trabajaba como herrero en lo Greising recibe una oferta para ir a Lavalleja.

El intercambio con su esposa apunta a un lugar intermedio en la distancia, evitando trasladarse con toda la familia.

La decisión fue muy firme, pues aquí vivía la abuela.

San José, fue el destino final, 18 de julio entre Oribe y Rincón.

Iván se sorprendía todas las mañanas con el tañir de las campanas y un bocinazo de tren acompañado de un enorme ruido metálico.

Ocurría todas mañanas a la misma hora.

La curiosidad fue resuelta por su madre.

“Las campanas llaman a Misa y el tren antes de cruzar el puente metálico sobre el río San José hace sonar su bocina”.

No necesitaba despertador contaba Iván. Su madre mucho antes que sonara la campana, ya estaba levantada con el desayuno pronto. El recorrido hasta la iglesia era muy solitario.

Algún carro lechero nos cruzaba. La jardinera del pan, perfumaba la mañana. Hacía días que no llovía.

Fue cuando escuché a mi madre decir “Si no llueve en febrero, ni buen pan, ni buen centeno.”

Los dos a la Misa. Era de todos los días.

Monseñor Di Martino al verme tan seguido me invita para que ayude en las tareas en el altar. Con una seña a mi madre, hace que ella asienta con su cabeza cubierta con la mantilla. La misa se daba de espalda. Era en latín.

“Tenía un librito verde – también en latín -que me lo aprendí de memoria”-., recuerdo algunas frases- Fateor me coram Deo… Et cum spiritu tuo… Salve regina mater misericordiae, et… Gloria patri et altare de sanctissimo hoc sacramento.”

Di Martino era muy exigente. La gente debía ingresar al templo vestida correctamente – contaba Lemes, agregando – tú sabe que un día mi hermana, vino a conocer el templo y no la dejaron entrar.

-¿Por qué?

Di Martino había dispuesto que una señora controlara el ingreso de las damas. Ese día mi hermana olvidó ponerse medias.

¿Y?

No entró. La mujer debía estar cubierta. Ahora es otra cosa se ven hasta de short (ríe)

Lemes apremiaba los recuerdos.

Muy común entre semana oír a Di Martino llamando “Mis niños” ¡¡¡vamos!!! – Haciendo sonar un silbato – Iban a Nazareth a recoger verduras.

En el Studebarker negro, no sé cómo hacía, pero entraban como veinte chiquilines.

A veces iba en bicicleta.

En el camino frente a la entrada de Nazareth les enseñaba a los niños a andar en bicicleta.

Era muy divertido

En Semana Santa se hacía “el monumento” se adornaba con uva que se traían de lo de don Rosendo Mendoza. La señora Lucía era la encargada de organizarlo para armarlo.

Monseñor Di Martino no dejaba que se escapara ningún detalle.

Se llama monumento de Semana Santa a la capilla o altar donde se reserva la hostia consagrada, desde el jueves al Viernes Santo.

La tradición pudo tener origen de la antigua disciplina eclesiástica según la cual muchos días y en especial los viernes, no se consagraba y entonces se solían reservar en un lugar a propósito hostias consagradas en los días anteriores, ya para Viático de los enfermos, ya para comulgar el sacerdote en dichos días. El jueves, el celebrante consagra dos hostias de las cuales consume una y otra se lleva en procesión solemne y se reserva en el Monumento hasta el día siguiente viernes en el que no se consagra y por cuya razón se llama misa, de Presantificados, es decir, santificados anteriormente.

El Monumento se adornaba con todo el aparato festivo.

colgaduras, frontal blanco, flores y un competente de velas blancas las cuales no pueden ser menos de doce, según lo dispuesto por Benedicto XIV.

Frente a la estufa, una mesita poblada de folletos y algunos libros se iluminaba con un rayo de sol que penetraba desde un gran ventanal. Los noventa años llevaron a que su espalda se apoyara en el espaldar del sofá.

El silencio aprisiona en el recuerdo a Monseñor Baccino, Monseñor Seijas, Monseñor Galimberti, Monseñor Fajardo, para aguardar a su nuevo compañero.

Le gustará el mate, o el té. el guiso de lentejas, o los fideos con manteca… Cae el bastón….

Se acomodó la boina para recogerlo.

Te corro una carrera a pie – me dijo entre risas y exclamaciones – incorporándose para poner su mano en mi hombro.

Lo miro y veo brillar su mirada.

Hoy es un día cualquiera y quiero aprovechar para decirte que es un gustazo conocer una persona como tú.

Gracias “Pibe”.