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Mons. Antúnez: “Tenemos un tesoro en el corazón que no podemos ocultar, el tesoro de la fe que debemos mostrar a otros anunciando la belleza del creer”

Compartimos la reflexión de Mons. Fabián Antúnez SJ, obispo de la Diócesis de San José de Mayo, compartida en el programa “Puerto de Encuentro” (Radio María 103.3 FM) y “Momento de reflexión” (Radio 41 AM 1360) (Domingo 18 de junio de 2023, XI Domingo del Tiempo durante el año).

Un saludo muy grande para toda la audiencia. El evangelio de este domingo pone el foco en el tema de los miedos y los temores que nos afectan como personas y que muchas veces nos paralizan en nuestros procesos de crecimiento y de maduración, nos roban alegría espiritual, nos sumergen en encierros, en desencantos, cuando no en la depresión y la oscuridad de la desolación espiritual.

Todos tenemos miedos, muchos de ellos irracionales, algunos de ellos conscientes, otros quizás aún no formulados en razonamientos a nuestro yo consciente. En el Evangelio se nos especifica en tres momentos No teman, no teman a los hombres, no teman a los que matan el cuerpo. No teman, porque valen más que muchos pájaros. Hay una gran insistencia de Jesús en el Evangelio a no temer. No tengan miedo. Podría ser una de las grandes enseñanzas de su modo de proceder. Y en las apariciones del Resucitado, lo primero que anuncia a las comunidades es ‘No teman, yo estoy en medio de ustedes’. Sin embargo, el miedo es algo cotidiano, muy humano, todos sufrimos de miedos por más fe, por más convicción, por más experiencia del Resucitado. Hay una parte del corazón que teme, que tiene miedo, que guarda resquicios de temor. Los miedos habría que diferenciarlos de la prudencia. La prudencia, por el contrario, es una virtud que nos invita a detenernos antes de actuar para discernir lo pertinente conforme al Espíritu Santo. Ante la realidad de los miedos, quizás lo primero sería dialogar con los mismos, hacernos conscientes de ellos, llevarlos del terreno. Se neto y sombrío a una realidad más luminosa de la objetivación para poder trabajar sobre ellos. Dialogar por los miedos supondrá tomar distancia cada uno de nosotros mismos y mirarnos con la luz de Dios que ilumina nuestras tinieblas. No hay nada oculto que no deba ser revelado, dice el Evangelio, nada secreto que no deba ser conocido. En esta línea, la verbalización, la posibilidad de objetivación de los sentimientos con alguna persona que conozca de discernimiento de espíritus, nos ayudará y nos favorecerá la dinámica de que los miedos no copen el corazón. No tomen la centralidad de nuestras decisiones. Los miedos tienden a paralizarnos, a robarnos sueños. Los miedos tienden a mostrarnos que no podemos, que no valemos. Nos quitan autoestima, nos encadenan, nos enredan por dentro. Los miedos tienen que ver con nuestra historia personal, con nuestras heridas, con nuestra persona que se va fraguando en las decisiones que tomamos frente a los miedos el Señor nos invita a la confianza, a sentir que nuestra vida tiene otro anclaje, otra solidez en la que apoyarse. Nos dice que no temamos a los que matan el cuerpo, pero no pueden encadenar el alma.

Allí me invito y los invito a mirar los miedos que se refieren a las relaciones humanas, a nuestros vínculos, especialmente con aquellos que pueden tener sobre nosotros una relación de poder, de autoridad. Quizás frente a este punto nos ayudará el hacernos más conscientes que personas qué situaciones, qué relaciones generan en mí miedos y temores. ¿Dónde tienen su origen los mismos? ¿Puedo contribuir a que ellos disminuyan? En ocasiones sentiremos miedo y tendremos que caminar sin desanimarnos, intentando que los mismos no nos paralicen en otros, las situaciones de miedos nos revelarán caminos de ansiedad y control de las situaciones. Jesús experimentó, experimentó en su vida estos sentimientos y nos invita a dialogar con ellos, confiando en el Abbá, en el Padre que es providente y se preocupa de cada uno de nosotros.

La conciencia en Jesús de la providencia de Dios, lo ayuda a caminar en libertad, sintiendo que que su vida tiene otro sostén, otra contención. Nos puede ayudar el contemplar a Jesús rezando en soledad su Padre, el verlo, compartir todo lo que es y lo que tiene con los demás en los encuentros, su imagen de Dios hecho hombre que experimenta en Getsemaní. El miedo y la soledad nos ayudan a contemplar a un Dios frágil pero confiado, asistido por el Espíritu Santo, pero sin ahorrarle la experiencia de la crisis, de la angustia frente al dolor y la posible muerte. El Evangelio nos invita también a la libertad profunda, a liberarnos de tantas expectativas que depositamos en la mirada externa o en el control que ejercitamos sobre nuestra vida. Sentir que la vida está en las manos de Dios. Puede responder a aquel principio ignaciano, este a esta invitación del Señor a hacer todo como si dependiese de uno, pero esperarlo todo como si viniese de Dios. Poner los medios, utilizar nuestra inteligencia y reflexión, nuestros ingenios y talentos, pero esperar a sí mismo de Dios los frutos y el cuidado de nuestra concreta realidad vital. Hacia el final del Evangelio se nos invita a reconocer al Señor ante los hombres, llevar con fe nuestra experiencia de Dios al terreno de lo público. Dar razón de la misma, testimoniándola con confianza.

Tenemos un tesoro en el corazón que no podemos ocultar, el tesoro de la fe que debemos mostrar a otros anunciando la belleza del creer. Que el Señor nos bendiga a cada uno de nosotros, a nuestras comunidades, a nuestras familias. El que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.