Mons. Antúnez: “Que podamos vivir intensamente esta Semana Santa para acompañar al Señor en su Pasión, para poder resucitar con Él de manera renovada el Domingo de Pascua”
Compartimos la reflexión de Mons. Fabián Antúnez SJ, obispo de la Diócesis de San José de Mayo, compartida en el programa “Momento de reflexión” (Radio 41 AM 1360) y en Radio María Uruguay, junto a los “Mensajes dominicales” de los Obispos del Uruguay, de este Domingo 24 de marzo de 2024 (Domingo de Ramos)
Un saludo muy grande para toda la audiencia. Comenzamos en este Domingo de Ramos una Semana Santa, una más en este camino de acompañar al Señor que va a donar, que va a entregar la vida por cada uno de nosotros. El desafío es, una vez más, el de animarnos a entrar en Jerusalén, entrar en esa ciudad santa donde se nos regala para todos la salvación.
En esta Semana Santa, el Señor, una vez más, quiere regalarnos una gracia particular para cada uno, aquella que en nuestro proceso personal de fe estemos necesitando para uno, será un volver a la esperanza perdida, porque quizás está atravesando momentos difíciles en su vida. Para otros será sanar alguna herida. Dejarnos mirar por el Señor, que Él nos restaure por dentro. Para otros será volver a una pasión apostólica, un compromiso por los demás. Si la superficialidad de la vida nos ha ido envidiando. Para todos, qué duda cabe que es la experiencia de encontrarnos con el amor de Dios manifestado en Jesús. El desafío, por lo tanto, es el de recibir esa gracia. Y si no estamos cerca del Señor, si no nos acercamos, si pasamos la vida distraídos, puede suceder que una vez más el Señor camine a nuestro lado. Y no caigamos en la cuenta de aquello que quiere regalarnos. Nos animamos, por tanto, a entrar en Jerusalén, a acompañar al Señor. Esto supondrá algún tiempo, en esta semana de silencio, de interioridad, de acercarnos a la celebración de la comunidad, que tengamos de referencia, de poder.
Quizás vivir la reconciliación en la experiencia del perdón de nuestros pecados, será acercarnos de manera compasiva a los crucificados de nuestro tiempo aquí en San José y otros lugares del país. Con la experiencia de las inundaciones de tanta gente afectada. Será acercarnos a los hospitales, a los lugares donde misteriosamente continúa la Pasión del Señor, en tantos que sufren en su cuerpo las llagas de Cristo. Quizás será visitar alguna persona que está más sola y que necesita de nuestra compañía, nuestra escucha, nuestra compasión, la empatía.
Podremos quizás también estar más cerca de quienes se han equivocado en su vida las cárceles, las personas que también están penando algún tipo de condena y que están buscando misteriosamente también reconstituir su existencia y su proyecto vital. En el corazón también conviven diversos proyectos. Es el lugar de lucha interior, de lucha espiritual. Podemos vivir diversas formas de distracciones que nuestra sociedad presenta. Puede ser la superficialidad consumista, el culto a diversas formas de dispersiones que hoy nos ofrece nuestro mundo en el placer, en la sensualidad, en el simplemente vivir una semana, entre comillas, de turismo, sin siquiera el adecuado descanso. Podemos desviar la mirada al necesitado.
Están estando demasiado centrados en nosotros mismos, en nuestro propio ego, en nuestro propio yo. Podemos quizás también cerrarnos misteriosamente al Señor que pasa en nuestras culpabilidades excesivamente narcisistas o en no dejarnos perdonar por el Señor. Allí la pregunta es ¿Qué nos impide abrir el corazón al Señor? ¿Qué pasa? ¿Qué forma toma en nuestra vida las superficialidades, las mediocridades y cómo hacerle frente en el propio corazón? Haciéndonos presente cada uno con nuestra propia sensibilidad. Podemos entrar en Jerusalén, podemos también gozarnos en este Domingo de Ramos con la alegría del pueblo sencillo que lo declara al señor Rey, que colocan mantos a su paso, que lo saludan con palmas, que reconocen agradecidos tantas formas de misericordia que el Señor ha ejercitado en sus vidas, en nuestras vidas. Una mirada, un perdón, un levantarnos de las caídas. Pero misteriosamente también esto nos habla de la fragilidad de nuestro corazón, de lo cambiante que somos. De cómo podemos vitorear al Señor y seguidamente negarlo, que no sucede como corazón humano, como humanidad, que tenemos tanta ambivalencia que nos pasa que al que hoy reconocemos, mañana podemos negar. El Señor en su pasión irá mirando y reflejará distintas personalidades a su paso que hace que se han ido encontrando con él. Poncio Pilato, Simón. Es Irene, el centurión, Pedro y cada uno de nosotros llamados a jugar una misión en la historia de la salvación. Entramos a la pasión del Señor con fragilidad, con vulnerabilidad, deseando contemplar, abrir nuestro corazón a la vida de la gracia.
¿Quiénes somos en esta historia de la salvación? ¿Qué palabra, que gesto de Jesús queda resonando en nuestro corazón? El Señor, por amor a nosotros, no se baja de la cruz por fidelidad al Padre y para sostener a tantos hombres y mujeres que a lo largo de la historia darán el testimonio del martirio, de la fe, del compromiso. El sostiene las humillaciones, ofrece su vida, la dona, la entrega. Podemos también nosotros entregarnos una vez más a Él, pedir esta gracia en su mirada de amor que dona la vida. Esta el secreto de la esperanza para tantos que continuamos en esta existencia, tratando de caminar en el camino de su seguimiento. Allí en la cruz, entrega su vida de manera amorosa, perdonando y reconciliando a la humanidad. En ese perdón se nos abre para todos la fuente de la paz y la posibilidad de romper para siempre los círculos de agresividad tan presentes hoy en nuestro mundo. Pidamos la gracia, por lo tanto, de vivir la paz que el Señor regala, de caminar junto a Él también, dejándonos mirar y que podamos también vivir intensamente esta Semana Santa para acompañar al Señor en su Pasión, para de esa manera también poder resucitar con Él de manera renovada el Domingo de Pascua. Y que el Señor nos bendiga. El que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.