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Mons. Antúnez: “Que Dios nos conceda la gracia de vivir la integración de nuestra fe, uniendo la ley al amor”

Compartimos el comentario y la reflexión de Mons. Fabián Antúnez SJ, Obispo de la Diócesis de San José de Mayo en el programa “Momento de reflexión” de Radio 41 AM 1360. Domingo 27de marzo de 2022 · IV Domingo de Cuaresma.

Reflexión de Mons. Fabián Antúnez SJ, Obispo de San José de Mayo (IV Domingo de Cuaresma) 2022

Bueno para para destacar de esta semana la consagración que tuvimos el día viernes a la Virgen, uniéndonos a las intenciones del Papa por la situación mundial de la guerra en Rusia y Ucrania. No parece que es un tiempo bien sustancial de poder rezar por la paz en el mundo. Es un don tan necesario que anhelamos todos y que esperamos que próximamente sea una realidad.

Tuvimos también el día de ayer, una jornada donde presentamos los Ejercicios Espirituales en la vida diaria, una oportunidad de oración, de profundizar en la interioridad para agentes pastorales de las distintas comunidades de San José en el Hogar Católico. Bueno, una bonita oportunidad encontramos juntos.

También en la semana visité el Colegio San José de Libertad y nos reunimos con los directivos y también puedo visitar las clases. Estar en contacto con los alumnos, fue un momento bien importante de poder ver lo que estamos haciendo en educación y cómo seguir avanzando juntos en esta tarea tan importante de formar la persona. Son algunos de los hechos salientes de esta semana, podríamos destacar otros, pero me parece esto como importante.

Este Domingo nos pone delante de la imagen de Dios que nos revela a Jesús, la imagen de Dios que es de misericordia. La imagen de Padre misericordioso no podría decir padre, madre, un Dios que integra esas dos dimensiones. Hay una meditación que hace Nouwen delante del cuadro de Rembrandt, donde habla de las dos manos de Dios, una mano masculina y una mano femenina. La mano masculina que sostiene, que acompaña, que pone límites, la mano viril, podemos decir, y una mano femenina que es nutriente, no que también complementa, que es la mano maternal de Dios. No son estas dos dimensiones de Dios la que aparecen reflejadas en el Evangelio de este Domingo, y también dos dimensiones de nuestro corazón. Una, la del hijo menor de la parábola que pide la herencia, declara muerto al padre, elige el camino de la autosuficiencia, el camino de entronizar sus deseos, el camino de vivir la aventura de la vida y declara muerto a Dios. Como parte de la cultura actual que hemos declarado muerto, un Dios irrelevante para nuestras situaciones de la vida cotidiana, y así experimenta el camino de alejamiento de la casa. Emprende un camino de amigos de ocasión, de disfrute de los sentidos, del dinero, de la herencia que le va permitiendo hacer fiesta. Pero en un momento florece la escasez, la escasez de dinero, la escasez de amigos, la escasez de proyecto.

Cuando la vida vamos eligiendo mal, cuando no hay proyección, cuando no hay conexión con un proyecto de vida, lo que sucede es eso, es la dinámica de la soledad, del fracaso, de la escasez. Es muy fuerte la imagen del Evangelio porque en un momento nos dice que anhelaba la comida de su casa y deseaba comer las bellotas que las cuales alimentaban los cerdos. Es como la imagen de hijo a convertirse en desear alimentarse de las bellotas de los cerdos. Y hay algo muy lindo porque dice, ‘me levantaré y volveré a la casa de mi padre’. No creo que eso es algo central, cada uno desde los caminos de huida, los caminos de perdición, los caminos de andar, muchas veces nos vamos de desfinalizando en la vida.

Es muy bella la imagen, porque mientras el hijo se viera justicia, no se viene juzgando, se viene torturando por sus errores. El padre, que es imagen de Dios, le sale al encuentro. Si le sale al encuentro es porque lo estuvo esperando. Dios siempre nos espera. Y le sale al encuentro y organiza la fiesta. Le coloca un anillo, símbolo de su identidad, le coloca sandalias en los pies que vienen heridos por la derrota de la vida y organiza una gran fiesta que es la fiesta del perdón, la fiesta de la reconciliación, la fiesta de la Misericordia.

Invitaría a todos a entrar a esta fiesta del perdón. Y el otro extremo también. El Evangelio nos presenta la imagen del otro hijo. Un hijo correcto, un hijo cumplidor, un hijo que está en la casa, imagen de lo bueno. A veces estar en la iglesia o estar en la familia o estar en el trabajo. Pero distintos motivos de la vida le han ido entristeciendo el corazón y se siente vacío también. Experimenta frente a la vuelta del hermano, no la alegría de la reconciliación, sino se siente triste porque se siente que a él no se le hace fiesta. Esto es lo que nos pasa a veces en la vida. También cuando el cumplimiento de la ley se nos va vaciando el amor. Entonces necesitamos recuperar también la integración entre la ley y el amor.

Me gustaría concluir a esta dimensión del hijo mayor con un poema de José María Rodríguez Olaizola, sj que dice así:

La ley, sí, pero ¿qué ley?
No la del puro que observa,
desde una barrera de cumplimientos,
a los equivocados, los perdidos,
los transgresores.
No la de quien agarra la piedra
y lapida al culpable
en nombre de un Dios cruel.
No la de la virtud jactanciosa,
o el discurso hipócrita.
No la de la brizna en el ojo ajeno,
ni la del ego desmesurado.
No la que esclaviza y no libera.
No la de credos impuestos.
¿La que se cumple por miedo? ¡No!

La del amor. Solo esa.

Que se conmueve, arde,
celebra y lucha;
que tiende los brazos.
que entiende las caídas,
que aspira a todo
desde el saberse poco.
La de la entraña estremecida
ante el misterio del prójimo.
La del sollozo compasivo
que no renuncia a la esperanza.
La que sostiene la vida
sin conformarse con menos.
La de la risa sincera.
La de vaciarse hasta la última gota.
Y vivir. Y morir. Y resucitar.
Esa ley.

Que Dios nos conceda la gracia de vivir la integración de nuestra fe, uniendo la ley al amor, que es lo que, en definitiva, nos da la alegría. En este domingo en que la Iglesia nos invita a la alegría.