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Mons. Antúnez: “Pidamos al Señor la gracia de la conversión del corazón. Cuidando la vida. Ordenando los afectos. Siendo coherentes en la palabra”

Compartimos la reflexión de Mons. Fabián Antúnez SJ, obispo de la Diócesis de San José de Mayo, compartida en el programa “Momento de reflexión” en Radio 41 AM 1360 (Domingo 12 de febrero de 2023, VI Domingo del tiempo durante el año)

Un saludo muy grande para toda la audiencia. La liturgia de este domingo nos pone delante el discurso de Jesús en el Sermón del Monte. En este discurso, Jesús quiere ayudar a cada uno de sus oyentes a realizar una nueva lectura de la Ley de Moisés para poder interpretar la misma en el horizonte del amor, que debe estar a la base de todo lo que realizamos como cristianos. Jesús se nos presenta a Él como un nuevo Moisés, un nuevo Moisés que toma forma de rostro humano en la aplicación de la ley, que ofrece a la fría letra de lo legal, la encarnación de su verdadero espíritu, que da amplitud entonces a la ley y da horizontes de comprensión.

La justicia que reclama el Señor es una justicia que brota de su entrega en la cruz, es decir, de su misericordia, de la misericordia del Padre para con cada uno de nosotros. De esta manera queda superada la antigua justicia de los fariseos, que era legalista, que se centraba en el cumplimiento. Qué riesgo cuando nuestra fe se vuelve justamente así, fría, cumplidora, legalista, pero a la misma le falta la belleza de la desproporción, de la ternura, del encuentro, la fraternidad, el gesto empático y compasivo que derriba muros y que construye puentes en la sociedad. Necesitamos, por lo tanto, a la luz de este Evangelio, repensar la noción de justicia que vivimos. Y también el Evangelio nos coloca delante tres aspectos que me gustaría destacar.

El primero es el valor de la vida humana a partir del mandamiento de no matar, de no ir contra el hermano. El segundo aspecto es el de ordenar los afectos a partir de la invitación del Señor a cultivar una afectividad ordenada. Y el tercer aspecto es el valor de la palabra. Vivimos tiempos como sociedad, como cultura, como humanidad que valoramos poco la vida. Se observa esto tanto en el inicio de la vida, la proclamación de la ley del aborto tiempo atrás, el fin de la vida con la eutanasia. Pero no sólo eso, el poco cuidado que tenemos de la dignidad de la persona del otro, el maltrato a la vida simplemente tomando el derecho a la posesión del otro, cuando de verdad es un misterio del que nos debemos descalzar. Lo vemos a esto en los medios, en la prensa, violencia, robos, asesinatos.

Necesitamos, por lo tanto, repensar el modo como nos vinculamos, la manera como con que nos tratamos. Estamos comprometidos a detenernos frente al misterio de toda persona humana y actuar con reverencia y actitud adaptativa. A la luz de El Sermón del Monte, te invito a preguntarte ¿Cómo cuidamos la vida humana? Si nuestra fe se continúa siendo detallista en el arte de la relación con los demás, con el otro. También el Evangelio nos pone delante la necesidad de cuidar la honestidad, la sinceridad de nuestros vínculos afectivos. Se nos desafía a educar la mirada, educar los sentidos para tratar a las personas con respeto y con delicadeza en su libertad emocional. ¡Qué gran desafío es el mantener el corazón libre y amar de manera ordenada!

Quizá la pregunta es ¿Cómo amar ordenadamente? Considero que es el Señor el que nos ayuda a ir educando nuestros afectos. Todos tenemos carencias afectivas, fisuras, heridas que tratamos de llenar de manera inadecuada. Surge también en nuestro tiempo una moral de las emociones que coloca al sentimiento como único criterio a la hora de la toma de decisión. Con dicho prisma resulta muy difícil acertar en la vida. Por lo tanto, si logramos un camino de plenitud en el amor, debemos aceptar el trabajo interior de integrar nuestra afectividad. Así será la ascesis que nos ayuda al vencimiento sobre nosotros mismos, junto con la gracia de Dios, que nos ayuda a superar los inevitables límites que la experiencia amorosa trae consigo. Cuidar el corazón, dar tiempo a la escucha de los sentimientos, ordenarlos a los mismos conforme al propio proyecto vital.

Y, por último, el valor de la palabra se nos dice en el Evangelio Cuando diga sí, que sea así. Y cuando digas no, que sea no. Aquí toca el Señor la importancia de la coherencia entre la palabra y la acción. La palabra, en los tiempos que vivimos se ha vaciado de significado. Se pronuncian grandes palabras las conversaciones, los discursos en los medios de comunicación, que muchas veces vienen vaciada de la coherencia interna con la acción de la persona. Necesitamos, por lo tanto, recuperar la integración entre la palabra y la praxis. El Evangelio nos interpela a ser personas de palabra, buscando ser creíbles en la comunicación.

Nuestro tiempo necesita de testigos creíbles del Evangelio que encarnen sus palabras, las acciones que profesan. ¿La palabra es verdadera? ¿La palabra que pronunció busca construir la unidad y la fraternidad? Pidamos al Señor la gracia de esta conversión del corazón. Cuidando la vida. Ordenando los afectos. Siendo coherentes en la Palabra. Que el Señor nos bendiga. El que es Padre. Hijo y Espíritu Santo.