Home»NOTICIAS»Mons. Antúnez: “La alegría debería ser el estado habitual de los cristianos. Una alegría sencilla que se expresa en la paz de la conciencia y la humildad de nuestros deseos”

Mons. Antúnez: “La alegría debería ser el estado habitual de los cristianos. Una alegría sencilla que se expresa en la paz de la conciencia y la humildad de nuestros deseos”

Compartimos la reflexión de Mons. Fabián Antúnez SJ, Obispo de la Diócesis de San José de Mayo, en este Domingo 11 de diciembre de 2022 (III Domingo de Adviento, Domingo de la Alegría), en el programa “Momento de reflexión” de Radio 41 AM 1360.

Un saludo muy grande para toda la audiencia. Celebramos en este Domingo el tercer Domingo de Adviento. Juan el Bautista, una vez más, se nos presenta en el Evangelio atravesando un momento el, de desolación y pregunta ¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro? Es una pregunta que se le dirige a Jesús. Él está en prisión y siente la duda de si su vida está bien entregada. Siente el vacío de la ausencia de Dios. Siente el miedo, que es un sentimiento propio que nos visita en esos momentos. Siente que su vida se le va de las manos y por un momento lo visita la duda. ¿Estará bien entregada mi vida de esta manera? Es la crisis de fe. Un momento de oscuridad en donde siente el peso de su decisión de anunciar al Mesías, el peso de su honestidad y coherencia interna. Siente sobre sí también el pecado y la corrupción de la sociedad, de su tiempo. Está experimentando el peso de su libertad frente a Herodes y las seducciones del mundo.

Los invito a revisar los momentos de crisis. Crisis de fe, oscuridad, desolación. ¿Cómo perseveramos en el camino de la fe? ¿Dónde buscamos los signos que nos den certidumbre de la compañía del Señor, de su bendición para nuestras decisiones y caminos emprendidos? Sucede muchas veces que Dios nos está visitando con signos que nosotros no esperábamos, con confirmaciones de su presencia, que no supimos leer, o simplemente la desolación produce en nosotros un efecto de fuerte pérdida de la memoria, pérdida de la conciencia de las gracias recibidas, de su fidelidad creativa en nuestra historia. Jesús no le responde a Juan con afirmaciones categóricas, frente a su pregunta, sino que lo invita a mirar los signos. Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven. Los ciegos ven, los paralíticos caminan, los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres. Signos que nos hablan de una justicia distinta, de una preferencia de Dios por los sencillos, signos de esperanza en medio de una sociedad carente de fraternidad y de empatía. ¿Dónde se siguen dando estos signos hoy? Los invito a limpiar la mirada y detenernos en signos que dan vida en nuestros ambientes eclesiales y en la sociedad en general. Respuestas de solidaridad para dar de comer a gente en situación de calle. Visita a las cárceles, hogares de ancianos, cottolengos, experiencias de misión de los jóvenes que dejan sus comodidades, experiencias de perdón, de reconciliación que suceden muchas veces en el silencio del corazón. Eucaristías donde se sigue consagrando y ofreciendo el Cuerpo del Señor. Signos que son pequeños signos aparentemente imperceptibles frente a la superficialidad ambiente, pero que siguen teniendo fuerza de eternidad.

En este domingo, la Iglesia también nos invita a pensar en la alegría, una alegría que brota de la experiencia del Señor que viene y que nos empuja a dar razones de nuestra esperanza. Es la alegría que brota del combate interior, la alegría que emerge de la consolación en medio del trabajo. Es la alegría sencilla de quien se siente acompañado por el Señor, aún en las situaciones difíciles que les toca atravesar. La primera lectura nos dice ‘fortalezcan los brazos débiles, robustece las rodillas vacilantes. Digan a los que están desalentados sean fuertes, no teman. Ahí está su Dios’. Se nos invita, por tanto, a custodiar la alegría, cuidarla en el corazón y desterrar de nuestros pensamientos el pesimismo que en ocasiones nos visita bajo forma de sentido común. La alegría debería ser el estado habitual de los cristianos. Una alegría sencilla que se expresa en la paz de la conciencia y la humildad de nuestros deseos. Esta alegría no supone la ausencia de dificultades ni de cruces, sino que, por el contrario, en medio de las tribulaciones nos sentimos visitados y acompañados por el Señor en nuestros caminos. Es la alegría que en ocasiones puede tomar la forma de paciencia. Es la alegría de sentir que nuestra vida está en buenas manos, que nuestra historia sigue teniendo horizonte de eternidad.

¿Cómo está nuestro corazón frente a la alegría? ¿Por dónde nos visitan las tristezas? Pienso en la alegría y se me viene la imagen de San Alberto Hurtado diciendo ‘Contento, señor, contento’. En medio de un cáncer terminal, una Madre Teresa sonriendo y dando de comer a multitud de personas. En medio de noches oscuras de la fe, donde incluso no sentía la presencia sensible de Dios. Un San Roque González en las misiones, custodiando su alegría frente a un carácter personal, más bien ensimismado, escrupuloso y con tendencia a la culpabilidad. Pidamos la alegría espiritual, que para nosotros es un don apostólico, un don para la misión, una gracia que será el mejor testimonio que podemos dar a nuestro mundo.

En palabras de Pronzato, pidiéndole a un creyente su alegría. Dice esto ‘Tengo necesidad de tu alegría, hermano. El servicio más grande que espero de vos es la alegría. La alegría de los superficiales, de los oportunistas, de los condenados a placeres forzosos, de los vanidosos. Ya la conozco, ya sé lo que es. Yo tengo necesidad de la alegría de una persona que se ha jugado por el Señor. Tengo que descubrirla, necesito conocerla, mirarla a la cara, aprenderla. No la escondas, por favor. Cometerías un robo. Nos privaría de algo a lo que tenemos derecho. Muéstrame a Dios con tu alegría. No me interesa saber lo que es Dios en sí mismo. Cualquier libro me puede dar esas nociones. Yo tengo ganas de saber lo que es Dios en vos, lo que provoca en ti, cómo te transforma. Pido a tu alegría los signos de la presencia de Dios en tu existencia. No dudo de tu muerte en Cristo, pero me hacen falta las señales de tu vida en el que no escondamos el gran don que tenemos para dar, que es la consolación’, y que el Señor nos bendiga. El que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.