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Mons. Antúnez: “El pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz; sobre los que habitaban en el país de la oscuridad ha brillado una luz”

Compartimos la Homilía de Mons. Fabián Antúnez SJ, obispo de la Diócesis de San José de Mayo en la celebración de la Santa Misa de Nochebuena en la Basílica Catedral de San José (24 de diciembre de 2022)

“Los invito a abrir sus corazones para que Él pueda entrar, para que pueda recrear las zonas oscuras de nuestra existencia, para que libere el corazón del narcisismo que nos obstaculiza la experiencia de vivir la cultura del encuentro. La luz que nos regala el Señor en Jesús no es encandilante, es un suave resplandor que sana nuestras heridas, libera nuestro corazón y nos invita a reflejarlo en nuestros gestos.

El desafío para cada uno de nosotros es el de “mirar el mundo y la realidad” con los ojos compasivos de Dios que, viendo la falta de sentido de la historia, observando la soledad del corazón del ser humano, contemplando la ausencia de trascendencia de nuestro tiempo una vez más desea redimirnos desde dentro asumiendo nuestra condición humana e invitándonos a pronunciar un si confiado como María para colaborar con su plan de salvación del género humano.

Necesitamos cambiar la mirada, recuperar el brillo y la capacidad de asombro, liberar nuestros sentidos del pesimismo y experimentar la alegría sencilla unida a la paz que nos trae el salvador del mundo. Para esto necesitamos del silencio del corazón, de humildad, de mansedumbre, unido al deseo de “ser buenos”, expresar en nuestros gestos y actitudes la parte sana del propio corazón.  

A la luz de este amor compasivo de Dios, del abajamiento del hijo, del “hágase” de María te invitaba a preguntarte.

¿Tu corazón en este año ha crecido en compasión? ¿Tu vida espiritual tiene momentos de silencio para profundizar en aquellos sí que estamos invitados a dar, que siempre nos llevan más allá de nuestros límites?

El evangelio nos presenta el camino de Nazaret a Belén, es el camino de la sagrada familia, el camino de los migrantes, los que buscan un lugar para refundar su familia, los que ansían nuevas oportunidades. Este caminar es un símbolo de la vida cristiana como peregrinación, como disponibilidad para ponerse en marcha, hacia el lugar donde surge la vida, donde se avizoran posibilidades de hacer crecer el reino de Dios.

¿Hacia donde camino? ¿Con quienes realizo la peregrinación? La iglesia en este tiempo sinodal nos invita a caminar con otros, a ser conscientes de aquellos que se han alejado, a traer las historias, narrativas de los heridos del camino de la vida. Necesitamos entre todos plasmar una imagen de iglesia en camino que sale a buscar, una iglesia- comunidad donde ofrezcamos espacio al encuentro, a las narrativas que sanan, en donde podamos crecer en conciencia a la proximidad. 

Te invito a caminar esos largos días desde el corazón de José, que acompaña a su mujer embarazada, es el símbolo de quien cuida la gracia, la hace crecer, se mantiene en actitud prudente de servicio. Podemos imaginar su decepción frente a la cerrazón de los diversos lugares para que el niño pueda nacer. Acompañamos en esta noche su esfuerzo, su amor puesto en servicio. Su corazón lo lleva a dignificar el lugar del nacimiento, embellecerlo lo más posible, es el amor de caridad que se expresa en los gestos.

¿Qué espacios estoy llamado a embellecerlo con mi amor, compasión, entrega? ¿Qué desea hacer nacer Dios y necesita de mis gestos para concretarlo?

Podemos tomar al niño y hacernos cargo del niño que habita en nuestro corazón. Jesús le dice a Nicodemo: “Tenes que nacer de nuevo”. Lo propio del niño es su tranquilo abandono, su incapacidad de ocultar su fragilidad, es su confianza en la mano que lo lleva, su gratitud, su forma de pedir, su constante receptividad, y su confianza en el tiempo, el niño agota la eternidad en un instante.

Vamos al pesebre, no como lugar físico, sino teológico, lugar a donde deberíamos volver siempre los cristianos como si volviéramos a la casa materna a la que uno va a reponerse y a convalecer, donde uno va a despojarse de los disfraces de poder, de riqueza y de suficiencia, donde uno va a recobrar el gusto por lo sencillo, recobrar la interioridad y a recobrar los valores del evangelio.

Hay que rescatar al niño que llevamos en el corazón y que nuestra adultez tiene arrinconado y amordazado sin permitirle jugar ni cantar para que así desempolvemos nuestra capacidad de asombro.

“Hay que volver al pesebre para dejarnos prometer por Dios cosas lindas y así romper nuestros escepticismos muchas veces ya encallecidos. Hay que volver al pesebre para soñar de nuevo cosas grandes que dilaten nuestros horizontes rastreros y mezquinos. Hay que volver al pesebre para descansar los agobios que pesas sobre los hombros del corazón. Hay que volver al pesebre a limpiar nuestra mirada enturbiada por nuestra falta de inocencia. Hay que volver al pesebre a abrir de nuevo las manos cerradas y tensas de tanto defendernos o de tanto juntar bronca. Hay que volver al pesebre a tocar la debilidad de Dios y a comprometerse seriamente a cuidar a sus hijos más frágiles y por tanto los más parecidos a Él: los heridos de nuestra familia, los enfermos, los solos, los presos, los más pobres”.