Home»NOTICIAS»Mons. Antúnez: “cuanto más Jesús sea el centro y esté en el centro del corazón de cada uno de nosotros, de nuestra vida en el discipulado, más seremos transparencia de la presencia del Señor”

Mons. Antúnez: “cuanto más Jesús sea el centro y esté en el centro del corazón de cada uno de nosotros, de nuestra vida en el discipulado, más seremos transparencia de la presencia del Señor”

Compartimos la reflexión de Mons. Fabián Antúnez SJ, obispo de la Diócesis de San José de Mayo, compartida en el programa “Puerto de Encuentro” (Radio María 103.3 FM) y “Momento de reflexión” (Radio 41 AM 1360) (Domingo 2 de julio de 2023, XIII Domingo del Tiempo durante el año).

Un saludo muy grande para toda la audiencia. La liturgia de este domingo XIII durante el año nos presenta las últimas líneas del discurso misionero de Jesús con el que instruye a los apóstoles en el momento en que por primera vez los envía en misión a los pueblos de Galilea y de Judea. En esta parte final del discurso, Jesús subraya dos aspectos que son esenciales para la vida del discípulo. El primero, que su vínculo con Jesús debe ser más fuerte que cualquier otro vínculo.

El segundo aspecto central es que el misionero no se lleva a sí mismo a su persona, sino fundamentalmente a Jesús y a través de él el amor al Padre. Estos dos aspectos podemos pensar que están íntimamente conectados, porque cuanto más Jesús sea el centro y esté en el centro del corazón de cada uno de nosotros, de nuestra vida en el discipulado, más seremos transparencia de la presencia del Señor. El evangelio nos impresiona por su dureza, la dureza del lenguaje. El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí, dice el Señor. El afecto de un padre, la ternura de una madre. Todo esto aún siendo muy bueno, legítimo. El Señor dice que no puede anteponerse a la primacía del amor de Dios y al llamado a la misión. No porque Él quiera que nuestro corazón esté sin afectos y privados de reconocimiento, sino al contrario, porque ordenando el amor en Él amamos más y amamos mejor. Quizás lo primero que nos podamos interrogar es cómo está la centralidad del amor de Jesús en nuestro corazón. Lo sentimos unido a nuestro corazón, a Él y unido por dentro, o lo percibimos disperso, fraccionado. Nuestro corazón es el centro de nuestra sensibilidad y con facilidad puede desordenarse hacia múltiples afectos que son en sí mismo buenos, pero que nos pueden robar libertad interior en la entrega. En el Evangelio se nos invita a sí mismo a cargar la cruz, a perder la vida. Cargar la cruz supondrá la aceptación de los propios límites, el reconciliarnos con nuestras historias de fracaso, con las heridas recibidas y trabajar también el camino interior de maduración en el auto-perdón. Cargar la cruz significará a sí mismo acercarnos a aquellos que hoy continúan la Pasión del Señor, los crucificados. Cargar la cruz no responde a una actitud ausente de caídas, sino por el contrario, el Señor en el Viacrucis nos muestra que una y otra vez hay que levantarse de las caídas y que las fragilidades son lugar de encuentro con el Señor y que su amor nos purifica y desde su abrazo nos invita a la misericordia para con nosotros mismos.

El desafío, por su parte de perder la vida nos invita a descentrarnos de nuestros egoísmos, salir al encuentro del otro y concebir también la vida en clave de servicio. Perder la vida es como el grano de trigo, esa imagen que cae en tierra y muere para dar frutos. Morir a una concepción de la vida centrada en nuestros privilegios, en nuestros placeres, en nuestros beneficios personales, en sobresalir en la vida, en nuestros egoísmos.

¿Qué debo perder para ganar? ¿Con quién? ¿Con quiénes? ¿Siento la invitación del Señor de gastar la vida, de perder la vida? Quien se deja atraer a este vínculo de amor, de vida con el Señor Jesús, se convierte también en testigo y también en un representante del amor de Dios, hasta el punto que Jesús mismo en el Evangelio nos dice el que los recibe a ustedes, me recibe a mí. Y el que me recibe, recibe al Padre que me envió. Es necesario, por tanto, que la gente pueda percibir que para aquel discípulo Jesús es el Señor, es el centro, es el todo en la vida. No importa si después tenemos limitaciones que nos acompañarán, errores, fragilidades, siempre que tengamos la humildad de reconocernos, podemos vivir como oportunidad de aprendizaje y de conversión. El camino es el de la unificación del corazón, la honestidad para con nosotros mismos y para con los demás. La reciprocidad es enorme en la misión. Si uno deja todo por Jesús y en la misión lo experimentamos, caemos en la cuenta de que recibimos más de lo que damos. Y cuando nos entregamos, nos ofrecemos, nos partimos, nos donamos al Señor, el Señor bendice nuestra entrega y nos regala una alegría espiritual muy profunda, muy honda, muy duradera.

Pidamos a nuestra Madre, la Virgen María, la que también vivió el corazón descentrado de sí, abierto a Dios y abierto al prójimo, que nos ayude en este camino de perder la vida, de ofrecerla, de donarla. Porque sabemos que cuando la entregamos, en realidad la estamos recuperando, cuando nos donamos, en verdad estamos invirtiendo en un tesoro que no tiene pérdida. Aquel que en el cielo se recuperará porque está escrito en el árbol de la vida. Y que el Señor nos bendiga. El que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.