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Mons. Antúnez: “Pidamos la gracia de no desesperarnos en medio de las tempestades. Poner nuestra mirada y descubrir la presencia del Señor que duerme junto a nuestro lado”

Compartimos la reflexión de Mons. Fabián Antúnez SJ, obispo de la Diócesis de San José de Mayo, compartida en el programa “Momento de reflexión” (Radio 41 AM 1360) y en Radio María Uruguay, junto a los “Mensajes dominicales” de los Obispos del Uruguay, de este Domingo 23 de junio de 2024 (XII Domingo del tiempo durante el año)

Un saludo muy grande para toda la audiencia. El Evangelio de este Domingo, tomado de San Marcos, nos coloca en la escena de la tempestad calmada. El Señor, junto a sus discípulos, suben a la barca barca, símbolo de la persona, símbolo de la Iglesia, y se animan a navegar hacia nuevas tierras, nuevos senderos aún no transitados. Crucemos a la otra orilla es la invitación a ir un poco más allá, más allá del terreno de lo transitado, lo conocido. La otra orilla también puede ser ir hacia adentro, en el propio corazón y caminar por senderos de crecimiento espiritual, por caminos aún no explorados, de la escucha de la propia interioridad, de los deseos profundos del corazón. También es animarse a navegar en medio de la tempestad desde este mundo complejo, difícil, desafiante para la evangelización. Un mundo atravesado por tempestades, por noches oscuras, por indiferencia religiosa, por un secularismo que amenaza la fe, por un relativismo ético que pone en cuestión la visión de cada uno de la propia libertad. Y el Señor que está, el Señor que está en el camino de nuestra vida, está nuestras barcas en medio de las tempestades, pero está dormido. Deja muchas veces experimentar a cada uno de nosotros la aparente ausencia de Dios, como dice San Ignacio de Loyola en sus reglas de discernimiento en tiempos de desolación, muchas veces el Señor nos deja en las fuerzas naturales, quita el sentimiento de su presencia para que crezcamos en perseverancia, en confianza en Él, en actos de humildad.

Para que nos alarguemos en alguna forma de oración penitencia, para que internamente sintamos que el éxito apostólico, que los frutos no están fundados en nuestras virtudes, sino que son don y gracia de Dios. El Señor que se despierta, el Señor que se despierta y como Rey de toda la Creación, calma las fuerzas naturales. Él es el Señor. Él es el que tiene poder sobre toda la creación. Él es el que en el amanecer de la existencia pone luz en nuestras noches. Él es quien a través de Su Palabra, a través de la Eucaristía, a través de su presencia en los sacramentos, a través de la reconciliación, viene a traernos paz en el alma. Viene a decirnos por qué tenemos miedo.

Él es, en definitiva, quien disipa los miedos de nuestra existencia, que nos hace sentir que nuestra historia está bien custodiada, que en medio de las tempestades hay alguien que tiene el poder de regalarnos la paz. Se trata de despertar a Cristo. ¿En qué áreas de nuestra vida el Señor está dormido? ¿Qué debemos hacer para despertarlo? Despertar nuestra fe, despertar nuestro amor, despertar el silencio en el corazón, despertar nuestro compromiso, despertar la paz interior, fruto de sentir que Él camina a nuestro lado. ¿Quién es este que hasta el viento y el mar le obedecen? Y ahí puede florecer de cada uno de nosotros una conciencia aún más admirativa de quien es el Señor. Al atravesar las pruebas, al recuperar la paz y la calma, al florecer la quietud interior, podemos mirar nuevamente la experiencia vivida y sentir que hemos crecido. Sentir que hemos navegado mar adentro. Sentir que hemos junto al Señor. Vivido la experiencia de la vulnerabilidad, de la fragilidad y no nos hemos hundido en la crisis. Sentir que junto a Él podemos ir adelante en el camino de la vida.

Te invito y me invito a poner nuestra esperanza y nuestra confianza en el Señor. No en nosotros mismos, en Él, en Él que está en nuestra barca. Despertarlo a Él. Poner de pie nuestra fe. Entregar un poco más la existencia al Rey de la creación, que también desea ser Rey de nuestros corazones y enseñarnos el arte de la navegación. Entregar, en definitiva, un poco más el timón de nuestra barca al Espíritu Santo, que es quien conduce nuestra existencia. Quien nos ayuda a transitar por nuestras noches oscuras.

Pidamos entonces la gracia de no desesperarnos en medio de las tempestades, de no quedarnos absortos mirando los vientos, las tormentas. En no quedarnos tampoco perplejos, mirándonos a nosotros mismos porque nos ahogamos. Poner nuestra mirada y descubrir la presencia del Señor que duerme junto al lado nuestro y que desea ser despertado para poner en orden toda la creación. Y que el Señor nos bendiga, Él que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.