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P. Gustavo Rebón “Lo importante es que brille el Señor, no nosotros”

GUSTAVO DANIEL REBÓN LESCANO

Nacido en la ciudad de La Plata, capital de la Provincia de Buenos Aires (Argentina) el 6 de octubre de 1965. Allí ha realizado los estudios Primarios, Secundario y universitarios de Astronomía y física hasta los 33 años de edad.

Hizo sus primeros pasos vocacionales junto al Padre Mario Peretti en el seno de la comunidad de la Fraternidad Sacerdotal de los Misioneros de San Carlos Borromeo en Roma, perteneciente al Movimiento Comunión y Liberación.

En el año 2000 conoce a Mons. Pablo Galimberti y decide solicitar ingreso a la Diócesis de San José de Mayo. Desde ese tiempo pasó a residir en el Seminario Interdiocesano “Cristo Rey” de Montevideo, continuando sus estudios en Teología en la Facultad Mons. Mariano Soler de Montevideo.

ORDENACIÓN SACERDOTAL
El sábado 13 de mayo de 2006 de manos del entonces Obispo de San José de Mayo, Mons. Pablo Galimberti, Gustavo Daniel Rebón Lescano fue ordenado sacerdote en una concelebración Eucarística que tuvo lugar en la Basílica Catedral de San José. Eligió como lema para su ordenación la frase del Evangelio de San Juan: “Es necesario que Él crezca y que yo disminuya” (Jn. 3,30).

Luego de su ordenación asumió varias tareas pastorales en la Parroquia Catedral de San José, como Vicario Parroquial (2006-2008) donde acompañó diferentes iniciativas tales como la catequesis de niños, adolescentes y jóvenes. El Obispo diocesano le encargó la Animación Bíblica de la Pastoral, en la cual continúa hasta el momento.

En 2008, el Obispo diocesano, Mons. Arturo Fajardo le confió la atención pastoral de la Parroquia Nuestra Señora del Rosario de la entonces Villa Rodríguez, hoy ciudad de Rodríguez. Junto a esa comunidad estuvo hasta fines de enero de 2018.

Ya a fines del año 2017, Mons. Fajardo dio a conocer los cambios en la Diócesis y lo designó como párroco de la Parroquia Catedral, la cual asumirá el próximo Domingo 4 de marzo de 2018 en la Santa Misa que presidirá el Obispo diocesano en la Basílica Catedral de San José.

Integra el Colegio de Consultores de la Diócesis


ENTREVISTA

“La vocación sacerdotal, por lo menos en mi caso, porque cada caso, es una historia aparte. En mi caso no ha sido una decisión tomada en un momento puntual, sino que ha sido un proceso que se fue como madurando con el tiempo. Una primera intuición, muy vaga e inocente, quizás, recuerdo que cuando yo era niño ya decía en algunos momentos, entre otras cosas, que iba a ser sacerdote o como a veces los niños dicen voy a hacer tal cosa, después cambian. En su momento yo tenía la idea de ser policía, no sé porque me gusta el uniforme, supongo, nada más. Después, decía que iba a ser el doctor, después en una etapa dije que iba a ser astronauta porque me gustaba el espacio. Bueno, una de las cosas que me gustaba mucho era contemplar el cielo de noche, no las estrellas, era un misterio para mí muy grande. Y de hecho se incluyó en el hecho de que puedes empezar a estudiar astronomía, más adelante. En su momento, dije que iba a ser sacerdote.

Para mí fue muy importante la catequesis, cuando yo era niño, tomé la comunión a los ocho años. Y bueno, después de eso me quedó una religiosidad muy marcada, que era vivir a mi manera, como pude. Un poco en solitario, digamos, porque no era demasiado acompañado ni en la familia ni entre los amigos. Después, en la adolescencia, poco a poco se fueron desvaneciendo un poquito de esa devoción, esa fe, que yo tenía desde niño y por eso me fui alejando de la Iglesia, cosas de adolescente.

Nunca perdí la fe en Dios, o sea, nunca dejé de creer en Dios, pero sí me había alejado totalmente de la iglesia. Hasta que a los 27 años, por ciertas cosas que fueron sucediendo ahí, empecé a sentir de nuevo la necesidad de Dios.

A partir de ahí empezó un camino de búsqueda. Necesitaba imperiosamente encontrar al Señor. Tanto es así que en poco tiempo, fue como un retorno muy intenso a la Iglesia, en la vida de la iglesia, que incluso mi familia, mis amigos estaban sorprendidos porque yo hacía mucho tiempo que no estaba dentro de ese ámbito de la iglesia. Pero bueno, ahí empezó un camino en el que poco a poco se fue clarificando. Fue tan intenso ese tiempo, ese ese encuentro con el Señor que yo tenía ganas y me empezó a nacer el deseo de entregarle toda la vida. Y ahí fue como después me fui conociendo algunos sacerdotes en esa época, me acuerdo, un sacerdote, padre de José de La Plata (Buenos Aires), que me acompañó mucho, en quien encontré, digamos, un padre espiritual que me ayudó, que me guio y orientó en ese entonces.

Movimiento Comunión y Liberación
Pero bueno, estaba la lucha entre lo que yo siempre había aspirado, que era el llegar a tener una familia, tener hijos, había tenido novia incluso, pero aunque después eso no prosperó. Pero bueno, yo siempre seguía con esa idea. Y ahí fue una lucha bastante grande que duró unos años, porque no fue de un día para otro. Entre mi deseo de ser padre de familia y el llamado, yo creo que era el llamado de Dios de hacer padre de una familia más grande, que es la familia de la iglesia. Después encontré la experiencia del movimiento de Comunión y Liberación en La Plata. Yo estaba cursando ya los últimos años de la carrera de Física y ahí en la Universidad conocí este movimiento, dentro del cual bueno el testimonio, sobre todo de algunas personas consagradas a Dios, no solo sacerdotes, sino también laicos consagrados, que el movimiento me fue poco a poco llevando, a considerar, a tomar más en serio esta hipótesis del sacerdocio.

Con el P. Mario Peretti, un sacerdote también del movimiento fui haciendo un discernimiento vocacional y así fue como poco a poco se fue, se fue clarificando esta vocación.

Primero empecé estudiando en Roma. en la Fraternidad de los Sacerdotes Misioneros de San Carlos Borromeo, que es una fraternidad, una sociedad apostólica, una especie de congregación de sacerdotes que son misioneros y que nació dentro del seno del movimiento de Comunión y Liberación. Yo tenía el deseo de ser misionero y por eso, y además coincidía también el carisma que yo he encontrado. Entonces me pareció que podía ser el camino para para ejercer mi vocación al sacerdocio, al que me sentía llamado.

Después de un tiempo de estar en Roma viviendo con mi formadores, que bueno y por mi estilo, mi forma de ser iba a ser mejor para mí, estar incardinado en una Diócesis, ser sacerdote de una diócesis, sacerdote secular, porque ellos tienen, digamos, un estilo más itinerante.

Algo parecido a los Oblatos (Oblatos de María Inmaculada) que van cambiando de destino con cierta frecuencia. Bueno, en el caso de estos sacerdotes también es así y a veces los cambios son grandes. Entonces eso requiere también una capacidad de adaptación, en fin, de un carisma particular.

Después de discernir esto, me volví para Argentina con la idea de entrar a un seminario en Argentina. Y en ese entonces, se dio que a través del P. Sergio Carrión, que también estaba en ese momento participando en el Movimiento de Comunión y Liberación, se hizo un contacto con el obispo Pablo Galimberti. Y bueno, y ahí surgió la posibilidad de venir acá.

De cumplir ese deseo misionero que igual seguía vigente en mí, pero de una manera diferente, en una Diócesis, en un lugar, una cultura más próxima, digamos, a la cultura mía, donde yo me crie en Argentina, que es la cultura uruguaya, si bien no es igual, pero hay muchos aspectos similares.

Así que en el 2001, en el año 2000 conocí a Pablo Galimberti y en 2001 ya me vine a instalar aquí en San José. Estuve viviendo un año en el obispado, durante ese año 2001 y bueno, ya después decidí quedarme definitivamente. En el 2002 entré directamente en la Teología del seminario porque ya la filosofía la había terminado. En 2006 me ordené sacerdote.

Eso fue un poquito el recorrido, digamos la historia inicial por lo menos de mi vocación. Después, estuve un tiempo aquí en la Catedral como vicario, después como párroco en Rodríguez y ahora, actualmente aquí de nuevo la Catedral, ya como párroco, tratando de servir lo mejor que se pueda.

“Es necesario que Él crezca, y que yo disminuya”
El Evangelio pone en boca de Juan el Bautista, una frase que a mí me impactó mucho, no desde que la leí. Creo que en definitiva, siempre se trata de eso. Yo no me hice sacerdote para para ser protagonista de nada, sino para dejar que el protagonista sea el Señor, como instrumento de Dios. Como vehículo a través del cual el Señor pueda mostrarse, manifestarse a los demás.

Yo soy un ser humano igual que cualquiera. O sea, no soy mejor, peor que muchos, soy un ser humano como cualquiera, digamos humano. Yo no soy salvador de nadie. Simplemente soy un siervo inútil, como dice el Evangelio, digamos, alguien que intenta ser, intenta servir al Señor con sus capacidades y sus flaquezas, también sus fragilidades, sus virtudes y defectos, como todas las personas. Pero lo importante es que brille el Señor, que brille Jesucristo, no nosotros.

Por eso me pareció interesante, siempre me impactó mucho esa frase de Juan el Bautista, alguien que era muy reconocido por lo que dice el Evangelio. En esa época mucha gente lo tenía como un gran profeta, e incluso algunos por ahí pensaban que podía ser el Mesías, no porque veían en él realmente un hombre de Dios, un hombre santo. Y sin embargo, él tuvo la humildad de decir esto. También dice otra frase que también interesante que muestra la humildad con la que él servía lo que dice Juan el Bautista “este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Yo no soy digno ni siquiera de desatarle el cordón de las sandalias”. Es la conciencia de un profeta, la conciencia de un servidor, de un gran servidor como Juan el Bautista. Yo consideraba también que Cristo era para mí, un estilo o el modo que yo quería servir al Señor. No siendo centro de nada, sino más bien siendo aquel que permite o ayuda que el Señor sea, sea el centro que sea reconocido, porque Él es el que en definitiva, hace nuevas todas las cosas, es el único que puede salvarnos.