Mons. Antúnez: “Que la Trinidad Santa nos ayude entonces a todos a dar testimonio de unidad en la diversidad, a complementarnos en el amor, a poder ser testigos del Señor Resucitado”
Compartimos la reflexión de Mons. Fabián Antúnez SJ, obispo de la Diócesis de San José de Mayo, compartida en el programa “Momento de reflexión” (Radio 41 AM 1360) y en Radio María Uruguay, junto a los “Mensajes dominicales” de los Obispos del Uruguay, de este Domingo 26 de mayo de 2024 (Solemnidad de la Santísima Trinidad)
Celebramos en este Domingo la Solemnidad de la Santísima Trinidad, un solo Dios que se manifiesta en tres personas iguales, en dignidad, complementarias, en el amor. En el Evangelio se nos relata que Cristo Resucitado cita a sus discípulos en Galilea. Galilea es el lugar del primer amor, allí donde surge el vínculo, allí donde fueron soñando juntos la historia, allí donde se forjó el corazón de ellos en la amistad, donde aprendieron el arte del discipulado y donde vivieron los momentos de una mayor intimidad junto al Maestro. Galilea es símbolo también de vida cotidiana, de rutinas de nuestra existencia, de aquellas que configuran el tejido de nuestras familias, de nuestras comunidades. Galilea es también la zona pagana que nos habla de la universalidad del mensaje de un anuncio que no es privativo del pueblo de Israel, sino que está llamado a difundirse a todos los pueblos y a todas las culturas. Nos remite a la imagen de una actitud de adoración. Sin embargo, se nos detalla en el Evangelio que algunos todavía continuaban dudando de la presencia resucitada del Señor. Es la lucha de la fe que sucede en todo corazón humano. Una extraña mezcla entre confirmaciones de la presencia resucitada del Señor y las dudas de la fe. El Señor nos envía con poder. Se me ha dado todo poder. Vaya y anuncien la belleza del mensaje. Una iglesia en salida. Un envío que recoge también una promesa que nos dice Él estará todos los días hasta el final de los tiempos.
El Señor nos envía como ovejas en medio de lobos. Nos envía con la confianza puesta en su Providencia. Nos envía a sembrar una paz que surge del combate espiritual. Una paz interior que brota de la capacidad del corazón de vencimiento de uno mismo. Un desafío consiste en agudizar la mirada y el corazón para descubrir los lugares de siembra, para detectar donde hoy el Señor nos invita a llevar las semillas de su Evangelio. Parte de la dificultad de nuestro tiempo está el concebir la vida como misión. Sentirnos vocacionalmente enviados en la familia, en el trabajo. Sentir que Dios nos envía. El Señor nos envía y nos asegura su presencia todos los días hasta el final de los tiempos. Nos invita a refundar la alegría, a sintonizar con su mirada y corazón que percibe en la realidad un Reino de Dios en crecimiento, aún en medio de las dificultades del pecado y las estructuras injustas.
¿Nuestros pies salen al encuentro del otro? ¿Son pies sobre los que otros pueden apoyarse. Son pies que señalan un camino, una dirección. Son pies que se han gastado en la búsqueda de las ovejas perdidas? En esto me viene a la oración algo que escribió una religiosa del Sagrado Corazón. ‘Los pies del mensajero son hermosos porque se calzan sobre sus pies otros pies. Los pies de los refugiados, los pies de los recluidos en las cárceles u hospitales, los pies amputados de tantas personas, los pies desorientados de tantos jóvenes que deambulan por las calles, los pies de tantos ancianos que en soledad reclaman ser visitados. En estos tiempos nos resulta difícil reconocer su presencia y nos preguntamos muchas veces ¿dónde está el Señor?
Necesitamos, por tanto, agudizar la mirada y el corazón para reconocer sus visitas y nombrarlas como venidas de Dios. La Trinidad Santa nos habla de comunión en el amor, de unidad en la complementariedad. Al pueblo de Israel le costó este pasaje del Dios de Yahvé al Dios Trinidad. Un Dios que es comunión en el amor. En donde podemos distinguir a cada una de las personas a partir de su acción en la historia. Lo propio del Padre es la creación. Lo propio del Hijo es la redención. Lo propio del Espíritu Santo es la santificación, regalándonos sus dones. A la luz de la Trinidad, podemos examinar nuestros vínculos y reconocer el llamado que la Trinidad nos hace a la unidad en medio de la diversidad. Somos personas que nos complementamos, somos seres sociales. El desafío para cada uno de nosotros consiste en apostar a esta unidad en medio de lo complejo de la existencia.
¿Cómo estamos viviendo esta invitación de la Trinidad a la unidad? ¿Trabajamos en el crear puentes. Sabemos valorar los talentos y las capacidades del otro? Toda tentación golpea siempre a la unidad y a la memoria de las gracias recibidas. Cuando perdemos la misma se nos hace difícil la perseverancia. Por lo tanto, sentimos muchas veces que la gracia de pedir es esta, la de construir la unidad en lo diverso, construir la unidad en la complementariedad.
Que la Trinidad Santa nos ayude entonces a todos a dar testimonio de unidad en la diversidad, a complementarnos en el amor, a poder ser testigos del Señor resucitado y que Él nos bendiga. El que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.