Mons. Antúnez: “Que en nuestras mesas puedan vivirse también experiencias de comunicación, de intercambio, de perdón compartido, de mesa que se agranda para recibir al forastero, al migrante, al que se encuentra solo”
Compartimos la reflexión de Mons. Fabián Antúnez SJ, obispo de la Diócesis de San José de Mayo, compartida en la homilía de la celebración de la Santa Misa que presidió en Radio 41 AM 1360 y en Radio María Uruguay, junto a los “Mensajes dominicales” de los Obispos del Uruguay, de este Domingo 18 de agosto de 2024 (XX Domingo del tiempo durante el año).
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 6, 51-59
Jesús dijo a los judíos:
«Yo soy el pan vivo bajado del cielo.
El que coma de este pan vivirá eternamente,
y el pan que Yo daré
es mi carne para la Vida del mundo».
Los judíos discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?»
Jesús les respondió:
«Les aseguro
que si no comen la carne del Hijo del hombre
y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes.
El que come mi carne y bebe mi sangre
tiene Vida eterna, y Yo lo resucitaré en el último día.
Porque mi carne es la verdadera comida
y mi sangre, la verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre
permanece en mí y Yo en él.
Así como Yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida,
vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come
vivirá por mí.
Éste es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron.
El que coma de este pan vivirá eternamente».
Jesús enseñaba todo esto en la sinagoga de Cafarnaúm.
Palabra del Señor.
Un saludo muy grande para toda la audiencia. Celebramos en este Domingo XX durante el año también el día de la catequesis. Y bueno, es una bonita oportunidad para agradecer a quienes fueron nuestros catequistas, a quienes siguen hoy ejercitando este ministerio, de pastorear, de acompañar a niños, adolescentes y jóvenes a vivir la experiencia del amor transformador de Jesús que cambia nuestras vidas, que cambia nuestra existencia, que convierte en nuestro corazón.
El evangelio tomado de San Juan nos coloca delante del pan de vida. Es el Señor que se entrega, que se dona, que se ofrece en la Eucaristía como ese alimento que nos lleva a la trascendencia, a la vida junto a Dios. La Última Cena nos recuerda la entrega por excelencia del Señor Jesús. Allí Él se ofrenda, se ofrece, se dona, se da. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos, nos dice. Y en aquella noche en que él se entregó, cambia definitivamente la historia de la humanidad. Aquel cordero pascual, aquel pan sin levadura, aquella cena celebrativo de la liberación del pueblo de Israel, de Egipto, es sustituido por el nuevo maná, por el cuerpo y sangre del Señor, por su vida entregada, por su vida ofrendado.
¿Qué lugar ocupa en nuestra vida nuestra espiritualidad, en la vida de nuestras comunidades, de nuestras familias La Eucaristía? ¿Vivimos esta acción de gracias por excelencia. Tenemos deseo celebrativo Vibramos con ella. Nos acercamos a celebrar en comunidad. Somos activos, partícipes de la vida celebrativa? La Eucaristía nos nos habla de ser vínculos, de comunión, de ser puentes en medio de la división. El Señor se coloca en medio de nosotros, nos da la gracia y la fortaleza necesaria para superar las fracturas interiores, para unificarnos por dentro, para limpiar la mirada, para encontrar allí, en la Eucaristía, la fortaleza del perdón.
La Eucaristía nos impulsa a sí mismo a la empatía y a la compasión frente a tantas hambres de nuestro mundo. El Señor nos invita a dar nosotros aquello que tenemos, a ser personas, cántaros que den a otros a beber del agua viva del Señor. Personas que así mismo puedan brindar hospitalidad que agrande en la mesa compartida y que también iluminen a otros en horizontes de trascendencia, den razones de su fe, puedan compartir con otros esta experiencia del Señor que es el kerigma, es el anuncio, es lo central en la vida creyente.
El sueño de Dios es de fraternidad para el mundo, de mayor justicia en la distribución de los bienes de la tierra. Que cada hombre y mujer se pueda sentir creado, redimido, amado de manera incondicional. Y mucho de esto dependerá de nuestros gestos, de la capacidad que podamos tener de transparentar al Señor a través de nuestras palabras y sobre todo a través de los gestos más grandes o más pequeños, de misericordia y de amor que ejercitemos. ¿Cómo esta entre nosotros. Esta necesaria tensión entre Eucaristía y compasión? ¿Celebrar la Eucaristía nos interpela a vivir más hondamente la justicia? La Eucaristía nos habla de ese camino interior, de esa sanación de las heridas, de ese volver a casa como los discípulos de Emaús, con el corazón encendido al partir el pan en comunidad, al compartirlo junto a otros, nos sentimos reavivados en el fuego interior de la fe. Sentimos que una vez más el Señor nos llama a casa, nos brinda su cuerpo y su sangre, nos redime, nos sana y nos renueva en la misión. La Eucaristía es el alimento para los débiles, es para los pecadores, es para aquellos que se sienten vulnerables. Una concepción errónea la puede vincular como el alimento para los perfectos, para aquellos que se sienten justos.
Este pan es el viático que nos levanta de las caídas, nos impulsa a seguir caminando, nos sostiene en el camino de la fe. Invito a que podamos celebrar hoy de corazón a este Señor que es el pan de la Vida, a que, en nuestras casas, en nuestras familias, en nuestras comunidades, también le demos un sitio, le abramos un lugar a Él que viene a transformar nuestros corazones. Que también nuestras comunidades sean lugares de hospitalidad, de acogida, de compasión. Que nuestras familias puedan ser eso, iglesias domésticas, Que en nuestras mesas puedan vivirse también experiencias de comunicación, de intercambio, de perdón compartido, de mesa que se agranda para recibir al forastero, al migrante, al que se encuentra más solo. Que el Señor entonces nos bendiga. El que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.