Mons. Antúnez: “Debemos agudizar la mirada de los sentidos para reconocer la presencia operante del Espíritu Santo en medio nuestro, el Espíritu lo hace en nuestros corazones”
Compartimos la reflexión de Mons. Fabián Antúnez SJ, obispo de la Diócesis de San José de Mayo, compartida en el programa “Momento de reflexión” (Radio 41 AM 1360) y en Radio María Uruguay, junto a los “Mensajes dominicales” de los Obispos del Uruguay, de este Domingo 19 de mayo de 2024 (Solemnidad de Pentecostés)
Un saludo muy grande para toda la audiencia. Celebramos en este domingo la Solemnidad de Pentecostés, el Espíritu Santo, la Persona de amor de la Trinidad que se derrama sobre la comunidad primitiva y que hoy vuelve a derramarse sobre nuestros corazones. Es el Espíritu Santo, es el amor del Padre y del Hijo que se nos comunica, que se nos dona, que se nos entrega en el Bautismo y que se reaviva con la Confirmación. No resulta fácil detectar la presencia operante del Espíritu Santo, a muchas de nuestras experiencias religiosas las nombramos como venidas de Dios o descubrimos al Jesús de la historia, pero al Espíritu Santo cuesta reconocerlo. Sin embargo, si hablamos de la posibilidad de rezar juntos o de rezar en el fondo del corazón llamando a Dios Abba, Padre. Si pensamos en los gestos de caridad, de misericordia, de compasión, si hablamos de la creatividad, si somos capaces de vivir la unidad en la diversidad, si vemos como la Iglesia se ha sostenido a lo largo del tiempo, en todos estos siglos, es porque en ella actúa el Espíritu Santo.
En el libro del Génesis se nos recuerda como Dios sopla y da a las personas. Su espíritu es el primer soplo, el soplo creacional, aquel que nos hace imagen y semejanza de Dios. Dios sopla sobre la naturaleza del hombre y lo hace espiritual, capaz de encuentro con él, capaz de encuentro con el otro, capaz de apertura a la trascendencia. El fuego, por su parte, nos habla de la nueva creación. Viene a derramar en nosotros la pasión, viene a quemar en nosotros lo que nos aleja de Dios. Viene a encender las brasas de nuestro corazón. Viene a impulsarnos a la misión.
El Espíritu Santo se derrama sobre todos, no haciendo distinción de personas. Esto nos habla de universalidad, de apertura, de iglesia en salida de iglesia que va a buscar la Iglesia que lleva consigo el tesoro del Resucitado. El Señor resucitado da la paz, envía y sopla sobre los apóstoles, concediéndoles su Espíritu. Una Iglesia que nos recuerda, en palabras de la Evangelii Gaudium, que no debe ser autorreferencial, sino que está comprometida con el mensaje que porta, a salir, a buscar, a acompañar, a provocar. Cada uno lleva en su corazón un sueño de Dios, y nuestro trabajo principal en la vida debería ser el de profundizar y discernir a la luz del Espíritu nuestra misión. ¿Para qué Dios nos ha concedido la vida? ¿Qué respuesta quiere el Señor de nuestros talentos y capacidades? En eso el Espíritu Santo nos da la luz y nos da la claridad para el discernimiento. Los invito y me invito a profundizar en el llamado común al bautismo, a vivir con hondura, con radicalidad, este compromiso, a ser sal y luz de la tierra. Muchas veces buscamos al Espíritu Santo, como Elías, en los grandes signos, en el terremoto, en los grandes sucesos, y Dios nos visita en la suave brisa, en lo pequeño, en lo aparentemente vulnerable y frágil, en lo imperceptible, en los encuentros, en la cercanía, en la familia, en el cuidado del conyugue, en la apertura como familia a la misión, especialmente con los más frágiles. En la Iglesia que trabaja y busca llevar la compasión del Señor Jesús.
Debemos, por tanto, agudizar la mirada de los sentidos para reconocer la presencia operante del Espíritu Santo en medio nuestro, el trabajo hondo, el Espíritu lo hace en nuestros corazones. Necesitamos, por tanto, tener momentos de silencio, momentos en medio del frenesí, para escuchar la suave voz del Señor que trabaja en nuestra intimidad. En esta sociedad de consumo y siempre conectada a la tecnología, la invitación es a la de conectarnos un poco más al Espíritu de Dios, al Espíritu Santo que quiere hacer morada en nuestro interior.
Bienvenido Espíritu Santo, Te abrimos nuestros corazones. No te quedes a la puerta. No sabía si vendrías. Quizás, teníamos la concepción de que era solo para los perfectos. Te enseñaré un poco mi interior, mi casa, mi corazón, mis entrañas. La misma quizás necesita de tu soplo, que la renueve, que encienda nuestros corazones, que avive el fuego de tu amor. Hay también, quizás áreas de nuestra vida que necesitan ser curadas, sanadas, reconciliadas de las presentamos. Quizás tú, que eres el aire fresco, puedas sanar nuestro interior. No tengas miedo de soplar. Nos agrada que estés junto a nosotros. Tenemos tantas cosas que compartir y pedimos al Espíritu Santo que hoy nos derrame su bendición. Y pedimos a la Trinidad Santa que nos siga concediendo la gracia de vivir con hondura el amor y que el Señor nos bendiga, Él que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.