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Noviembre: Mes del Venerable Hno. Gabriel Taborin (Aporte del Hno. Alejandro Salvatierra)

Publicado en: https://adoracioneucaristicasanjose.blogspot.com/

Muchas actitudes personales que hoy sostienen nuestra entereza ante las dificultades de la vida, así como la constante y laboriosa paciencia que aunque no encuentra frecuentes éxitos mantiene una dirección confiada, o la paz activa, serena y optimista que ilumina muchos rostros, hunden sus raíces en el testimonio y la palabras de muchos en nuestra infancia. Una experiencia similar, marcó la experiencia de fe de Gabriel Taborin con los sacramentos, especialmente con la Eucaristía.

Recorriendo el itinerario humano y espiritual del Hermano Gabriel, descubrimos enseguida que estamos ante un hombre de la Eucaristía, un hombre que hizo de ella el punto de referencia de su vida.

Las raíces de su piedad eucarística las encontramos en su infancia. El Hermano Federico Bouvet, su primer biógrafo, lo dice expresamente, cuando señala que primero su madre y desde los seis años el párroco José Rey, incrementaron su amor hacia Jesús Sacramentado. El piadoso sacerdote, en efecto, conducía al pequeño delante del altar y antes de darle la catequesis, le decía: “Hijo mío, estamos ante el Sagrario. Ahí está Dios. No le podemos ver, pero él sí que nos ve. Por eso debemos ser muy juiciosos”.

Impresionado por esta gran realidad, el niño Gabriel empezó a asistir todos los días a la misa.

En su propia biografía habla de su Primera Comunión, diciendo: “Fui feliz cuando pude hacer la primera Comunión a la edad de 11 años en la iglesia de mi parroquia natal. Fue el día de la fiesta de la Santísima Trinidad y me había preparado a este acontecimiento con un retiro. Nunca se ha borrado de mi corazón el recuerdo de ese día, pues ha dejado en mí felices recuerdos religiosos”.

Los testimonios de sus compaisanos de Belleydoux son elocuentes. Nos recuerdan que sus juegos de infancia con sus amigos pastores, tuvieron frecuentemente como centro de interés la Eucaristía: construía altares, confeccionaba ornamentos litúrgicos de papel, organizaba procesiones, celebraba “misas blancas”, predicaba homilías. Asimismo refieren que transformó su habitación en capilla, “donde había levantado un altar y reunía a los muchachos del pueblo e imitaba los gestos y ritos de la misa.”

A estas tempranas iniciativas, siguieron más adelante, las tareas que el Párroco le confiaba: enseñar a los más chicos cómo tenían que recibir el Cuerpo del Señor, cómo se debía mantener la cabeza, etc. Incluso, en sus ensayos, empleaba algunas hostias. También daba mucha importancia a las formas externas. Eran para él un modo de demostrar a quién se iba a recibir.

De joven, Jesús Sacramentado siguió siendo el centro de su espiritualidad. Y las funciones que aceptó en su parroquia, las de maestro, cantor y sacristán, “clerc”, fueron una ocasión y motivo para estar cercano a Jesús Sacramentado. Hacía cuanto dependía de él para que la iglesia y el altar presentasen un aspecto decoroso y digno del Huésped Divino. Quería despertar en quien entraba en el templo, el más grande respeto. Y durante la celebración de los oficios divinos, exigía a los muchachos un comportamiento correcto y serio, incluso empleando una cierta severidad.

Mons. Devie, obispo de Belley, que lo conocía bien y apreciaba sus cualidades de apóstol, lo nombró “catequista itinerante”. Los párrocos le confiaban la preparación a los Sacramentos, sobre todo a la Primera Comunión, momento fundamental para la formación espiritual de una persona. Como él mismo expresa, conservó siempre un grato recuerdo de aquella experiencia: “Me entregaba a este santo ministerio con gran alegría y procuraba dar toda la solemnidad posible a las primeras comuniones de los niños. Los preparaba con un retiro a ese acontecimiento en el que, en los albores de su vida, reciben las arras de la vida eterna. En mis exhortaciones les invitaba a recordar cada año con fervor el aniversario de su primera comunión; lo cual, yo mismo, he practicado siempre”.

Todas las Congregaciones de Hermanos nacidas en Francia en el siglo XIX, tenían una misión parecida: re-cristianizar, a través de la escuela, aquella sociedad francesa post-revolucionaria. Pero la fisonomía interna de cada una de esas Congregaciones era diferente. Para la Congregación que el Espíritu Santo inspiró al Hermano Gabriel, uno de estos “importantes matices” es, precisamente, el “cuidado de los altares”, es decir, cuidar el encuentro sacramental con el Señor.

El Hermano Amadeo Depernex, su sucesor, confirma que nuestro Fundador rechazó todas las propuestas de unión con otras congregaciones, porque “no se dedicaban al servicio de las iglesias y a la ornamentación de los altares, en donde nuestro Señor Jesucristo está presente”. Y añade una frase muy significativa: “Es al amor que el piadoso Hermano Gabriel tuvo por Jesús- Hostia, al que se debe la creación de nuestro Instituto.”

También hace referencia Amadeo, a la inmensa alegría que el Fundador experimentaba cuando podía ofrecer algún Hermano para el cuidado de los altares. “En cuanto tuvo un Hermano disponible, lo mandó para el servicio de la catedral de Belley y fue feliz cuando, más tarde, pudo mandar Hermanos a las grandes parroquias de París y de otros lugares.”

En el Hermano Gabriel, todo nace y se fortalece en su relación íntima con la Eucaristía: su vocación, su religiosidad, su celo por el bien material y espiritual del prójimo, su carisma de apóstol, sus obras de construcción cultural.

Notamos también, la alegría que experimentó cuando el Obispo le autoriza a abrir una pequeña capilla en la casa de Belmont (primera casa comunitaria) y conservar en ella la Eucaristía. La define como el “corazón” de la comunidad. Y no tiene reparos en destacar, como un momento muy importante, la celebración en aquella capilla de la primera comunión de seis jóvenes.

El Hermano Federico nos recuerda, además, que “la divina Eucaristía constituía su alegría. Se acercaba a la Comunión y al santo altar con el más grande respeto y la más profunda humildad, pero también con el amor más ardiente y la confianza más absoluta.”

El Hermano Amadeo contaba que en más de una ocasión, “cuando tenía que tratar algo particularmente importante llevaba sus escritos a la capilla y los depositaba sobre el altar delante de lo Santísimo, para encomendarlos a la bondad y a la potencia de Nuestro Señor Jesucristo.” Algunas veces, frente a decisiones importantes que debía tomar, invitaba a los novicios más piadosos a permanecer de rodilla delante del Sagrario, pidiendo luz para su Superior.

El Hermano Gabriel hizo de la Eucaristía el manantial de la caridad ardiente que le permitía mantener el coraje y la fuerza para superar todas las dificultades. Un discípulo suyo ha afirmado que el Sagrario fue para él lo más atrayente e irresistible de su vida. Y que “de día y de noche pasaba ante de él horas enteras”. El Hermano Ignacio, por su parte, comenta: “De viaje, vi cómo mandaba a sus Hermanos a descansar al albergue, mientras él se dirigía a la iglesia.”

El Hermano Gabriel puso la vida eucarística en el centro de su Congregación.

Su amor por la eucaristía también se manifestó con los amigos de la Eucaristía. Baste recordar la estrecha amistad que mantuvo con el Santo Cura de Ars Juan María Vianney, que permanecía horas enteras en adoración y que invitaba a arrodillarse delante del Santísimo Sacramento antes de tomar decisiones importantes. Asimismo conviene recordar sus relaciones con San Pedro Julián Eymard, fundador de la Sociedad del Santísimo Sacramento.

En el “Manual de los Cofrades de Santa Ana”, de su pluma, después de haber hablado de las condiciones necesarias para recibir la Eucaristía, añade: “…y no olviden nunca que es el corazón quien tiene que hablar a Dios.”

Gabriel Taborin, el Fundador, nos invita a convertirnos, cada vez más, en auténticos discípulos de Cristo, conscientes de que la espiritualidad eucarística no es solamente participación en la Misa y en la devoción al Santísimo, sino una espiritualidad que abarca y compromete toda la vida, haciéndola fecunda.